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Daniel Campos
Photo Credits: hapal ©

Dos amigos en Mayrose Park

Mayrose Park es un recoveco tranquilo de Brooklyn engarzado en la intersección de la calle 17 con Calder Place. Es una plaza de convergencia social, donde coinciden vecinos adinerados del barrio de Park Slope, a menudo parejas con sus hijos en coche, vecinos de clase media y baja de la calle 17 e indigentes. Debido a esa convergencia me gusta pasar por su explanada en mis caminatas por ese barrio.

Una tarde a fines de febrero el sol brillaba sobre Mayrose Park mientras un anciano afroamericano, de barba canosa, intentaba atravesar Calder Place desde la plaza hacia la acera opuesta. Vestía un chullo peruano de color albinegro, chaleco crema, suéter gris, pantalones deportivos negros, medias de lana gruesas y sandalias negras estilo Crocs. Sus ropas revelaban bastante uso pero estaban limpias y en buen estado. El señor se movía muy lentamente pues arrastraba su pierna derecha y caminaba con andadera.

Debido a tal dificultad, le ayudaba a cruzar la calle su amigo, un anciano angloamericano. Éste tenía mechas canosas y greñudas que desbordaban los lados de su gorra azul, un tanto raída, de los New York Yankees. Su barba crecida de varios días, amarillenta, apenas contrastaba con la palidez de su rostro macilento y ajado. Vestía un abrigo verde de invierno que le quedaba grande, pantalones de gabardina marrón que le bailaban por la cintura y zapatillas deportivas blancas de suela desgastada. En un instante fugaz, al sonreírle a su amigo lesionado, se le dibujó una sonrisa sin muchos dientes. Los poquitos que tenía eran amarillentos.

Pero el corazón del desamparado, enorme, color rojo pasión, y cálido, bombeaba sangre amorosa. Acompañó a su amigo del chullo hasta media calle. Allí se paró para detener el tránsito mientras su amigo arrastraba la pierna y atravesaba hasta el otro lado. Lo alcanzó al borde del caño, le ayudó a montar la andadera sobre la acera y le ofreció su brazo para que se apoyara al dar el paso más difícil al escalar con su pierna izquierda y remolcar la derecha. Luego continuó caminando al lado de su amigo hasta la esquina. Allí se despidieron, uno agradecido, el otro cariñoso.

El señor afroamericano siguió su camino cuesta arriba por la calle 17, pasito a pasito, con perseverancia y coraje. El angloamericano se quedó observándolo, atento y cuidadoso, asegurándose de que continuara bien su ascenso. Ángel desamparado, sin albergue terrenal, su corazón ampara ternura y alberga bondad.


Photo Credits: hapal ©

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