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daniel campos
Photo by: Matt Tillett ©

Dos águilas pescadoras

Sendereando en Prospect Park al atardecer decidí entrar al bosque y subir la colina para llegar al punto más alto del entorno. El bosque ya había retoñado, abundaban los verdes tiernos, refrescantes a la vista. Se escuchaban decenas de aves: mirlos migratorios, gorriones, pájaros gato gris. Desde la cima contemplé las aguas color musgo, un tanto encrespadas por el viento y disimuladas detrás de las frondas de los robles.

Luego caminé en zigzag y subibaja por varios senderos hasta llegar a la orilla noroeste del lago. Descubrí a un águila pescadora (Pandion haliaetus) sobrevolándolo y procurando presas. Un ave negra —¿un tordo sargento o un zanate norteño?— la persiguió y hostigó. El águila se alejó por un par de minutos, ascendiendo a las alturas donde su perseguidora no podía alcanzarla. Pero pronto regresó.

Contornó varias veces ese recoveco del lago hasta que se lanzó con sus garras de frente, las zambulló, atrapó un pez y alzó vuelo con su presa, perseguida esta vez por una gaviota reidora, ave oportunista que intentaba robarle la pesca. Pero el águila era demasiado poderosa. Se elevó tanto que la gaviota desistió del intento de hurto y volvió a posarse en el agua.

Me adentré en la península, contornándola. En el sotobosque, bajo la sombra de altísimos robles y nogales del Japón, diversos arbustos estaban cargados de flores blancas. Un pájaro gato gris cantaba en uno de ellos. Un tordo resplandeció al desplegar sus hombros rojos, con ribetes amarillos, cuando aterrizó sobre un tronco caído en la orilla. Dos gavilanes colirrojos sobrevolaron el estrecho, rumbo al prado, mientras un garzón azulado y un martinete coroninegro acechaban presas acuáticas.

Las maravillas de Natura Naturans se sucedían y me esperaba la más asombrosa.

Salí del bosque en la península, regresé a la orilla noroeste del lago y atisbé a dos águilas pescadoras volando muy alto, juntas.

Siempre había visto águilas solitarias, ya fuera en Corcovado y Mantas en el Pacífico costarricense, en un lago turrialbeño en las estribaciones del Caribe, en este lago brooklynense o en la costa atlántica de Long Island. Pero estas dos volaban y cazaban juntas. Aunque no las vi zambullirse, sí las vi intentar varios clavados y desistir a ras del agua. Se turnaban.

Hacían giros, piruetas y círculos en el cielo del atardecer. Trazaban sus siluetas imponentes en el trasfondo de nubes resplandecientes. Jugaban, bailaban un bolero aéreo, se acompañaban. ¿Se amaban?


Photo by: Matt Tillett ©

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