Están en un restaurante. Las bicicletas ronronean en el asfalto. El sol, alto, humedece la vereda áspera y desleal.
El niño le dice que «me duermo» y «me muero» tienen similitudes en las palabras y en los hechos. Dice que “cuando me duermo es como si estuviera muerto aunque respire. En cambio, cuando muero dejo de respirar. Pero las dos acciones implican estar muerto.”
Luego se entretiene con su hermana y sigue, tranquilo, indiferente, las bicicletas que pasan como sombras en la avenida. Al fin y al cabo es solo un niño. Sin proponérselo, ha pensado un asunto crucial, en medio del murmullo del domingo, entre los adultos que fuman y pierden el tiempo sin rencor.