Con frecuencia vemos que se premia a este o a aquel inventor por salvarnos de una enfermedad o de una creencia falsa, a este creador o a este otro descubridor por develar un misterio o por convertir lo negro en luz. Pero no siempre a quien se premia, quien se lleva todas las palmadas en la espalda y aparece en todas las fotografías, es quien se merece lo que le dan. Porque, y esto es bien sabido desde el principio de los tiempos, no siempre acertamos cuando de recompensar se trata. A veces el crédito se lo lleva o quien menos lo merece o quien menos se lo imagina. Y así con la vida, pero sobre todo con la muerte. Porque no siempre se mueren los que tienen que morirse, sino los que tienen que vivir. Así es la vida y así ha sido siempre, pero cada quién necesita un abismo para lanzarse a volar. Este, el mío.
Dice la noticia que ahora podrás elegir tu fecha de fallecimiento. Podrás elegir, además, el motivo. Quién se lo hubiera imaginado hace, no sé, diez minutos. Pero así es la ciencia, y lo sabemos. Pensemos entonces, ya que no somos científicos, en las formas más poéticas de morir. Pero no quedarán aquí, abandonadas en este texto, sino en nuestra propia memoria. Que cada quién siembre la propia.
Yo, por mi parte, con mis herramientas, con mis armas, dejó aquí la mía: en un punto final. En este punto final.
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