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Sergio Marentes

Donde menos nos esperan

No todos los días se aparece una estatua de piedra y mucho menos un faraón gigante, Ramsés II o quien sea que haya sido, a la que de paso se le inculpen tres mil años de antigüedad, bajo las calles de una ciudad del siglo veintiuno, una metrópoli como pueden ser París, New York o la mismísima Cairo. A lo sumo, y con suerte, mientras caminemos hacia el trabajo o el café donde nos citamos para conversar, saldrán al ruedo monedas antiguas, o dicho de otro modo, trozos de un metal cualquiera más valioso que la vida misma. Pero como ella, la vida, que es mucho más impredecible de lo que imaginamos y termina sorprendiendo al que tenga en suerte el estar presente, no quiere que la vivamos sin vivirla, nos da estos privilegios históricos. Como si mantuviera adrede las cosas ocultas hasta cuando llega el momento preciso.

Esta historia me hace recordar que cuando cavo, en la tierra o en el papel, siempre me sorprendo de los hallazgos y agradezco su presencia. Desde niño he hurgado en los jardines y en las bibliotecas, por supuesto que en busca de lo que no se me ha perdido. Y gracias a ello es que registro con palabras cuanto se me apareció o descubrí. Nunca falta el metal, el papel, el vidrio, así como jamás deja de presentarse la vida en cualquiera de sus formas para recordarme que no todo lo que vemos está vivo, ni todo lo que no vemos, está muerto.

Decía que, inmerso en las ordinarias aguas negras de una ciudad extraordinaria, asomó la cabeza una estatua atribuida a un faraón egipcio. Pues la noticia no es para extrañarse o sorprenderse porque así como lo bueno y lo malo pueden estar bajo tierra, de igual manera pueden estar al alcance de la mano, como la utilización de orangutanes en los prostíbulos, o que un grupo de franceses proponga que Obama sea candidato presidencial en su país. Así como no es de extrañar tampoco que quienes más dan la cara para decir lo que sea frente a un micrófono sean los menos determinantes en lo que oye el mundo. A lo mejor porque sólo hacen ruido, o porque nuestros oídos no están entrenados para ver lo que es esencial a los ojos.


Photo Credits: Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla

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