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Una Susy para olvidar recordando

Hace ya unos meses Venezuela se volvió a apoderar del trend cibernético hispano-hablante. Esta vez fue distinto, el contenido no mencionaba ni a Maduro, ni a Chávez, ni a Capriles. Esta vez el tema era banal, innecesario, cotidiano y natural. Más parecido a la red social universal, que a la venezolana, siempre tan cargada de esa conflictividad política que ha invadido a ese híbrido caribeño-latinoamericano que es Venezuela.

Ya pasadas las tres de la tarde, la creadora y protagonista de la serie Girls, Lena Dunham, publicó en su cuenta de Instagram el detonante de la conversación, una foto en diagonal de una galleta venezolana que se llama Susy. La foto se compartió hasta el cansancio, y se comentó con ese orgullo nacionalista irracional con el que nos toca a los venezolanos compartir las pocas cosas buenas que aún pasan en el país. Ese mismo nacionalismo nos hace hablar del Ávila como una montaña encantada, única, mientras Bogotá tiene una igualita de la que nadie dice nada. También le toca a nuestras playas un poco de esa exaltación exagerada, y así, mientras se idealiza la geografía, se crea en el imaginario colectivo un “mejor país del mundo” que lamentablemente no existe. Cuando el mapa se nos agota, vamos a lo otro que tenemos y que nadie más tiene, el ají dulce, la cachapa, la arepa y la Susy. La galleta es, desde el punto de vista gastronómico, mediocre, sin embargo tiene en sus capas de waffle y chocolate una capa de melancolía infantil que la hace parte de ese mito de país glorioso que es necesario desmontar.

Si vives en el extranjero, en algún rincón inhóspito, o en alguno no tan inhóspito, y te vienen a visitar, Susy es lo que te traen. Susy, Cocosette, Toronto, Pirulin y Toddy. Todo en una maleta, como empaques de recuerdo, como pedacitos de país que se pueden transportar. La nostalgia le da sentido al acto, pero el problema no es que nos guste, sino que estemos convencidos de la superioridad de nuestros productos, de nuestro mapa y de nuestra nacionalidad.

Nuestra geografía es única, como la de todos los países. Lo mismo pasa con la gastronomía. Estar orgullosos de ella es natural, pero tener una huella digital distinta al resto de las personas no te hace la mejor persona del mundo. Nuestra idealización desvía la concentración que queda en la superficialidad de una realidad que no puede ocultarse detrás de las palmeras. Somos un país en una crisis tan poderosa que a los que estamos en el extranjero el tema se nos convierte en un toro imposible de torear.

Mientras seamos incapaces de desmontar el nacionalismo seguiremos padeciendo una realidad corrosiva. Saldrán de Venezuela miles de maletas repletas de Susys, como dosis de amnesia para olvidar el éxodo, para olvidar los problemas de un territorio que más que emigrar nos hizo huir, para recordarlo como un espejismo de maravillas que no existen. Lena Dunham, después de la Susy, seguirá escribiendo su drama. Nosotros, entre mitos de montañas y galletas, seguiremos padeciendo el nuestro.

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