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sergio marentes
Photo Credits: Antonio Schubert ©

Dioses en cápsula

Una abeja, o lo que queda de ella, o lo que creemos que queda de ella, fue hallada en ámbar luego de, minutos más, minutos menos, no hay por qué ser tan rigurosos, noventa millones de años. Es una lástima que no haya sido luego de cien, que es una cifra mucho más cinematográfica y hasta literaria, pero así tuvo que ser. Y, después de todo, noventa no están mal. El caso es que, además de la maravilla de la vida, que algunos llaman milagro, hay sectores de la ciencia que afirman que, con una determinada estimulación, el insecto podría sencillamente despertar y continuar el vuelo hacia la flor a la que se dirigía, o, esperemos que no, a su colmena ya extinta. También hay quienes aseveran que lo que sucederá será lo más parecido a una catástrofe ambiental y que, a partir de las flores y demás especies, acabaría con todo el planeta si no estamos preparados para que se libere el mundo de su época. Y, ahora sí, si nos ponemos rigurosos, nadie a ciencia cierta sabría lo que podría pasar de liberarla. Aunque, hay que decirlo por completo, en algo coincidimos todos, y es en que el mundo no volvería a ser como antes. Y, claro, no todo puede seguir igual si te das una siesta de casi cien millones de años y te levantas, acumulando esa energía, a trabajar o a lo que sea que quieras o, peor aún, debas hacer.

Esto de la abeja, y sabrá el diablo si es una abeja y no un dinosaurio disfrazado, me hace pensar en lo que está haciendo desde su tumba líquida, que es casi tomando nota para luego salir a redactar una novela del tamaño de su reclusión. A lo mejor grabando en su memoria todas y cada una de las cosas que han sucedido en el mundo, como si se tratara de un dios del futuro, o a lo mejor olvidando sistemáticamente toda el agua que ha corrido por debajo del puente que es el tiempo. Y tal vez, ojalá por fin, salgamos de este letargo que es la literatura moderna, y que dura lo que lleva esa abeja encapsulada en aquella resina, pero visto con los ojos del universo, que son tan grandes como la memoria de la abeja.


Photo Credits: Antonio Schubert ©

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