¿Qué hacer cuando no hay nada que hacer? ¡Renacer!… sí, es lo único que queda por experimentar, por intentar, ahora, cuando parecemos perecer; rodeados de abyección, aislamiento, soledad, muerte, Nada.
Hoy reconozco que la soledad y la ansiedad que desde siempre me habían turbado, eran solo un preludio, una aciaga preparación para sobrellevar esta que en este encierro me corroe, me mina y me inmola a merced de un culto de musas melancólicas.
Todo se ha detenido: el tráfico, el comercio, la gente, los espectáculos y a un nivel mas sórdido y profundo pareciera que también se hubiesen detenido: el tiempo, los días, los sueños, las esperanzas, la vida. Desearía, también yo, estar inmóvil… casi hasta la inexistencia por lo menos hasta que todo esto termine ¡pero no! ¡nada! ¡imposible! ¡impensable! Algo innombrable se mueve en mí a cada momento. Una extraña angustia bombea mi sangre al ritmo de mis pensamientos… las ideas mas disparatadas se apoderan de mí, desbordan mi voluntad; no se detienen hasta hallar un acto que las materialice. Y mis enmarañados sentimientos aprovechan aquel motín que deja en manifiesto la impotencia sobre mi propio ser y entonces escapan de mí, se fugan hacia la materialidad del mundo. Toman vida propia retratando el claroscuro que llevo dentro, esas tinieblas que hasta a mi me sorprenden por la densidad de su penumbra… La cámara me desahoga, me descubre frente a mis propios ojos…cada foto es una radiografía que termina mostrando mas de lo que quiero, es decir, todo lo que soy: desesperación, zozobra, miedo, encierro, asfixia. Sin embargo, pienso que todo esto seria mucho peor si no estuviese la catarsis que me ofrece la fotografía para purgarme de toda la ignominia que he absorbido del mundo y ha desbastado mis adentros, entonces compruebo que el arte es un ducto de escape para los gases nocivos que emana mi alma; cada foto me reconcilia con la existencia, me ayuda a evadir la muerte, me distrae de mis insomnios, miedos, depresiones. Son una oportunidad para crear mi propia luz desde mi sino sombrío. Y a la manera de Baudelaire me es posible trocar el barro de mi hastió y mi indecible dolor en un menesteroso arte no más divino que profano.
Si he aprendido algo en este cautiverio forzoso y necesario, en que una jornada sucede a la otra a través de un ciclo monótono y rutinario, donde los días se hacen cada vez mas largos y las noches cada vez mas cortas; es que se puede ser mas miserable de lo que se cree, se puede estar mas solo de lo que ya se está, y el aburrimiento que tratábamos de evadir con cualquier acto baladí o medio banal, puede convertirse en un coloso infranqueable que nos aplasta de formas que hasta el momento eran insospechadas… pero… también… en medio de todo este pánico y su desazón, me ha quedado claro, que el arte es la recursividad más grande del espíritu para hallar un lugar en el mundo, para sustraerse de su prisión corporal y aspirar al éxtasis y al descanso, por humildes que sean.
Mi arte, la fotografía, ha sido el esquife que mantiene flotando mi alma a lo largo de esta impredecible marea que es en esencia la vida y en especial durante este naufragio que ha sobrepasado el concepto de cuarentena… donde con cierto sin sabor ambiguo entre el placer y la perplejidad he tenido que resignarme a una verdad que me sobrepasa. Una verdad que lo trasciende todo y es que el arte es una realidad suprema, absoluta e incuestionable. Mas real que cualquier otra representación del espíritu y la carne, más allá de cualquier acaecer físico o especulación metafísica, su naturaleza tan divina como demoniaca le permite valerse de cualquier sentimiento para crear la inspiración que sucumbe en un devenir estético donde se erige dentro de la realidad como una realidad misma.
Pienso que después de todo ha valido la pena este desfallecer en vida, este enfrentarse a solas contra la inmensidad del universo dentro y fuera de mi piel, para llegar a esa hermosa verdad que hoy alumbra mi penosa penumbra, igual que una vela que no se da por vencida en medio de la tempestad. Si, no tengo la menor duda, sigo vivo gracias a esta certeza: Que el arte es lo mas real que existe, incluso mas real que la angustia y el dolor que nos hace sabernos mortales y, sobre todo, enfermos de muerte. Somos lo que somos por la insoslayable certidumbre que algún día, sin ni siquiera presentirlo… tendremos que dejar de ser. Pero yo tengo la fotografía y la fe de que mis imágenes hablaran por mí cuando yo no esté. El arte será quien me sobreviva y me preservará en la existencia hasta que mi ultima foto sea destruida o en su defecto el ultimo hombre de nuestra especie… y con él la posibilidad de que alguien más me contemple.