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Sergio Marentes
Sergio Marentes

El día que no pasará nada fue ayer y todavía se puede cambiar

Según mi costumbre de viajar en el tiempo, que ya lleva conmigo poco más de doscientos años, ayer tenía que ir a un lugar cualquiera del futuro para tener algo que decir ahora mismo, cuando me siento ante la poderosa máquina de la memoria a verla trabajar. Hice lo habitual sin mayores variaciones, pero no sucedió lo de siempre. Llegué a un día común y corriente, salvo por la extrañeza de que no sucedía nada digno de contar. Si fuera un poco más ortodoxo, diría que no sucedió nada, pero, más que sabido como lo es, que no suceda nada es imposible. Lo que pasó fue que nadie se sorprendió, nada se salió de su curso, no hubo inventos, nadie creó algo que todavía no existiera, nadie cambió el mundo, nada digno de ser contado. Entonces, desconocido lector, contar lo sucedido sería quitarle tiempo a usted y a mí, que bien que lo estoy necesitando para plasmar todo lo que reverbera en mi cabeza como una colmena rabiosa.

Ahora, sin más remedio, inventaré una historia. Diré que fui al futuro, o a algún lugar del tiempo de cuyo nombre no quiero acordarme y que vi algo que no se vería hoy mientras escribo esto, y muchos menos en el pasado, donde ya pasó lo que pasó, porque pocos podrán viajar para verificarlo. Explicaré al final, en otro párrafo, lo que aquello me cambió o me inspiró. Releeré el texto y contaré las palabras, comprobando que sean, al menos, trescientas sin contar el título, que siempre es extenso, y pondré punto final. Luego lo enviaré y esperaré a que todo esté bien, porque no me gusta quitarle tiempo a los demás, además del que pierden leyendo esto, por ejemplo.


Photo Credits: Alex Lehner

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