Hay momentos en que esta vida peripatética me pone a prueba. Esta mañana, por ejemplo, me costó mucho sentirme presente en Brooklyn y no desear estar en Cabo Blanco, y no extrañar a mi gente amada en mi Pacífico.
Me costó mantenerme atento a la belleza frente a mí en esta soleada mañana invernal y no perderme en añoranzas y naufragar en saudades por las bellezas que he percibido en los bosques y lagunas sensuales del Volcán Barva, las arenas cálidas y eróticas de Playa Uvita y los senderos de montaña con sus grandes árboles—palacios de los vientos—en Monteverde, por ejemplo. Y eso que hoy hacía una mañana hermosa, de luz suave y cielo lapislázuli.
Sólo en la tarde, cuando salí a caminar, a respirar el aire frío y puro de febrero y a sentir la tierna caricia del sol en mi rostro, empecé a sentirme presente en Brooklyn, en mi lugar y momento.
Me ayudó tomar una ginger ale casera y recorrer con mirada fresca el barrio de Cobble Hill, con sus iglesias de torres que se elevan al cielo, sus casas de ladrillo y arenisca, sus aceras amplias y arboladas.
Me centró ir a una clase de yin yoga, una experiencia exploratoria que tenía pendiente. Disfruté el movimiento gentil y restaurador y la respiración consciente y pausada.
Regresé a casa sereno, con una sonrisa apacible que quizá nadie notó pero que yo gocé en mi interior.
Photo by: Madhu nair ©