Cuando Kajsa Sandström rompe el espejo en el escenario, que es un papel gigante extendido sobre el mismo piso en el cual estamos sentados, mi cuerpo reacciona con un ínfimo sobresalto y mis ojos miden el alcance de las astillas. La imagen que era una, ahora está esparcida sobre el papel y se desborda más allá, en minúsculas astillas. De ahí vendrán todos los mitos y las supersticiones alrededor de los espejos, pienso; de que no es posible destruir un espejo, de que cada intento, solo lo hace múltiple. Sin siquiera buscarla, se me aparece esa frase de Borges que siempre me resultó tan fea y quizás por eso, también inolvidable: “los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”. Aunque, a decir verdad, no creo que Borges estuviera pensando en espejos rotos. En cuanto a la cópula, es más dudoso lo que estaría pensando, porque si los espejos no pueden hacer otra cosa que reflejar lo que se les pone adelante, es claro que no todo acto sexual resulta en nuevos hombres (ni mujeres). Posiblemente, la frase hable más de las repulsiones de Borges que de una comparación bien lograda.
Estoy en un evento organizado alrededor del lanzamiento del libro del poeta sueco Magnus William-Olsson sobre la obra de Alejandra Pizarnik. De mi Alejandra. El libro se llama Poetens verk, la obra de la poeta o del poeta –dado que en sueco los sustantivos no tienen género femenino o masculino, lo cual permite una ambigüedad que el castellano impide. Además, la palabra verk, puede querer decir obra pero también efecto. El efecto que esa obra tiene sobre sus lectores. El obrar de la obra.
El libro contiene traducciones de poemas, de extractos de cartas y de los diarios de Pizarnik junto con ensayos de William-Olsson sobre la obra de Alejandra, sobre su propia relación con esta y una biografía de la poeta. El autor lo presenta como una rayuela –refiriendo a Cortázar– que el lector puede leer a su modo, creando así su propia relación con la obra de Pizarnik a través de las lecturas y las traducciones de William-Olsson.
William-Olsson es parte de un grupo de poetas, artistas e intelectuales que, desde Estocolmo, durante ya varios años han estado desarrollando una crítica performativa. Un tipo de crítica que quiere visualizar los efectos de, en este caso, la literatura. Según él lo explica, hay dos aspectos fundamentales en la crítica performativa. Por un lado, la interpretación, en el sentido en que lo hace un músico con una partitura o un actor con un guión: dejar que la obra actúe a través del cuerpo y de la mente del lector. Por otro lado, la atención a la que nos invita la obra literaria. En el caso de Pizarnik, William-Olsson destaca los espejos, el reflejo del reflejo del reflejo, que nos obliga a leer con mucha atención.
Durante tres días, William-Olsson nos invita a dejar que la obra de Pizarnik y su propia obra Poetens verk, actúen a través nuestro. Nos invita e invita a músicos, una bailarina, actores, artistas, a dejar obrar la obra. Son tres días intensos.
El primer día, escuchamos a una poeta y dos estudiosos de literatura hablar sobre el libro y ya vamos entrando en un espacio diferente.
El segundo día se presenta como un “carnaval especular” para el que cada uno debe llevar una reflexión de la obra de Pizarnik. Para acceder al carnaval, o al mundo detrás del espejo, es una condición haber leído el libro –o parte del mismo– y recibir un pasaporte que es un papel metálico con un alfiler de gancho para adherir en un lugar visible.
Entro con cautela, me da pánico tener que hacer algo ante toda esta gente que apenas conozco. Una vez adentro, el miedo se va diluyendo. El Grupo de música tradicional de la India nos ocupa con su música circular, la Pianista lee un poema de Pizarnik y toca un concierto para piano acariciando y golpeando las teclas del instrumento sin nunca presionarlas, la Bailarina juega con espejos y con casitas de muñecas, el Poeta sirio escribe su poema en árabe en un pizarrón. Estamos detrás del espejo, en un lugar donde todo es posible, donde la crítica es solo creatividad y generosidad. Un lugar diferente a lo que es mi lugar de trabajo, la universidad del siglo XXI, donde reina el individualismo, el juntar puntos, el hacerse ver; donde los que te aprecian te recomiendan que no te tomes las cosas tan a pecho, que hagas lo mínimo necesario, que pienses en vos misma antes que en el grupo. Acá, en Estocolmo, a orillas del Báltico, nos encontramos detrás del espejo y la gente se presenta solo con su nombre de pila. No conocía a ninguna de estas personas de antes, pero soy parte de un grupo, juntos hacemos la obra de Pizarnik y de William-Olsson. Nadie nos va a evaluar. Somos obra.
El tercer día hay una puesta en común. Por la mañana me pregunto si realmente ir, si no estaré fuera de lugar, pero al final me empujo y voy. La charla gira alrededor de los espejos. Mientras uno por uno, alrededor de la mesa, vamos tomando la palabra, la Escultora, sentada en diagonal frente a mí, saca un espejito y juega con él. La miro a cada rato, me da la impresión de que está ausente, en su propio mundo. Sin embargo, cuando finalmente habla, declara que nos estuvo espiando a través del espejo, que sabe que tal y cual tiene medias rosas, y que tal otra persona tiene una lastimadura en tal lugar. Con el espejito, nos estuvo observando sin que lo supiéramos. Y eso la asusta, dice. Habla de lo que en sueco se llama självmedvetenhet, el verse a sí mismo desde afuera, el estar demasiado consciente de su propio accionar. Habla de lo difícil que es olvidarse de sí misma y simplemente ser. Habla de como evita las fotos y los espejos y todo lo que la haga incorporar las miradas de los demás. Ella también siente que los espejos son abominables, pienso. Pero a diferencia de Borges en esa horrible frase, ella sí me habla a mí. Y me hace de espejo.
Photo Credits: Lisa Kbnko ©