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daniel campos
Photo by: The Integer Club ©

Despertares septembrinos en Brooklyn

La luz matinal se intensifica gradualmente y me va sacando poco a poco del sueño. Veo desde la ventana de un cuarto, no sé cuál ni adónde, dos lagartos dormitando al sol en el playón de un río amazónico. De repente escucho una bandada de patos sobrevolando y graznando. Cuando han pasado, sólo se escucha el murmullo del viento por entre las hojas de un árbol. Lentamente me percato de que estoy despierto. A los lagartos amazónicos los veía en sueños, pero a los patos y al rumor del viento entre las hojas del plátano de sombra frente a mi apartamento los escuchaba en realidad. Caigo en cuenta de que no estoy en la Amazonia, ni en el trópico, sino en Brooklyn. Aún me estoy ubicando aquí. Al norte del Trópico de Cáncer la luz del alba es muy tenue y se intensifica lentamente. Me ha sacado del sueño con ternura para descubrir que los patos ya migran al sur y hoy no cantan las chicharras. ¿Les habrá dicho Natura Naturans que se acabó el verano? «No se vayan todavía».

Esta mañana no me despertaron los patos migratorios, ni las chicharras veraniegas, ni la suave luz matinal. Me despertaron las voces y risas de chiquitos y chiquitas conversando de camino a la escuela. Hoy era el segundo día del curso lectivo y caminaban a la primaria que está a la vuelta de la esquina de mi casa en Windsor Terrace. Escuché chiquitos hablando en inglés, en alemán y en portugués. Sus voces y sus risas me alegraron el día de entrada. Recordé momentos de infancia cuando el mundo se sentía fresco como el rocío matinal y cada día resplandecía como el cielo en una mañana sin nubes.


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