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Pao Herrera
viceversa magazine

Despedidas en abril

Era abril, no sé qué relación mística tengo con ese mes impertinente de un calendario desteñido, pero lo único que recuerdo más que a L es que era abril y cada atardecer espléndido se posaba en las miradas pusilánimes de algunos transeúntes cuando la risa les rozaba la vida. Era abril, yo no sabía despedirme -aún es así- sin embargo los adioses vienen a tocarme la puerta del corazón más de lo que la vida me ha tocado las del vientre porque yo no sé nada sobre el existir, sin embargo sé que las despedidas inesperadas son las que más arden en la boca del corazón.

Aquel martes de abril a eso de las dos de la tarde estaba yo en medio de un estacionamiento, con las radiaciones escandalosas de un sol que nunca vislumbré porque el invierno estaba acariciando el pórtico de mis entresijos. Estaba situada en aquel lugar con L, ya he escrito tanto sobre esto que no quiero enfocarme en los detalles añejos de aquella tarde tan perezosa, solamente diré que nos fuimos como se van las hojas en otoño, como mueren las olas en las orillas.

Pero han pasado unos cuantos años desde aquel abril indiscreto y aún me pregunto si las despedidas son como un pasillo interminable colmado de personas efímeras que se cuelan por las rendijas de tu vida para obsequiarte besos, espinas, aprendizajes, recuerdos y luego se descomponen fuera de ti como si se tratara de un fruto demasiado maduro o si la vida fuera una constante despedida.

Pienso mucho, creo que es una de las materias universitarias del existir con la más alta calificación que poseo, las incógnitas se van sumando a mis lista de preguntas sin respuestas que nunca tiro por el retrete por si algún día alguien sabio decidiera responderlas o por si acaso encontrara yo misma las respuestas en todo este laberinto enfermo en que habitamos. Recuerdo aquella conversación conmigo misma en mi habitación. Me pregunté: ¿Te despedirías aún sin saber despedirte de todo lo que ya se ha despedido de ti? Y no obtuve ninguna respuesta.

Las despedidas me resultan encantadoras, tanto como aterradoras. Tienen la piel de una serpiente, las pupilas de una pantera durante el anochecer, el aullido ensordecedor de un lobo, pero también la risa de una niña que juega a las muñecas, el silencio de dos en una habitación después de hacer el amor, la música que tranquiliza al espíritu atormentado.

Con todas estas incertidumbres existentes, el mundo me resulta divertido: el vino, las comidas, los gastos, las deudas, las duchas luego de un día ajetreado, los viajes, la diversidad cultural, los libros, el feminismo, la comunidad LGBT, el sexo, los besos, el amor, en fin; el arte. El mundo también me resulta cínico: La hipocresía, las mentiras, los ojos que no miran, las manos indiferentes que no advierten la caridad, la corrupción, la hambruna, la pobreza, la politiquería, el egoísmo, el comunismo, la comercialización absurda y la apatía.


Photo Credits: Sai Mr.

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