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Photo by: Jack Sem ©

Desencuentro en el Bar Rio

Quiero iniciar la columna de esta semana explicando que, cualquier parecido con la realidad en la historia que estoy por contar no es coincidencia. Le pasó al amigo de un amigo mío: Hace algunas semanas y después de hacer el tedioso lobbie primero por redes sociales y luego por WhatsApp, finalmente La Chica aceptó ir a tomar un café con El Joven. 

La Chica y El Joven se conocieron en una sesión de zoom, mientas estaban en una clase virtual. No se sabe bien quien vio primero a quien, pero quiero creer que las miradas de ambos se cruzaron a través de una pantalla al mismo tiempo, tal y como dicta el romanticismo digital de hoy. 

Según me contó mi amigo, El Joven quedó impactado con el rostro de La Chica, al punto que luego de salir de clases la buscó en Instagram, pero no se atrevió a solicitarle la amistad. En la clase siguiente, el profesor compartió un documento por Google Drive para que todos en la clase agregaran su correo electrónico. Esto agradó mucho a El Chico, pues era la oportunidad de comunicarse con La Chica, al menos por correo… pero al consultar el documento compartido, estaban los mails de todos sus compañeros, menos el de La Chica. 

La clase siguiente fue mucho peor, pues cuando El Joven se conectó descubrió que La Chica no estaba. Esa noche el profesor le recomendó un libro al curso y como ella no tenía la información, El Joven encontró la excusa perfecta para hablarle. Así que la buscó por LinkedIn, y le envió un mensaje con el libro. 

La Chica le contestó al toque, y desde ahí comenzó un ida y vuelta donde se conversó de tecnología, arte, signos zodiacales, gastronomía y hasta fotografía. Al terminar el curso, el contacto se mantuvo, fue algo que no acordaron, pero ambos hacían lo imposible para seguir la comunicación. 

Casi dos semanas después de la clase final, ambos se atrevieron a tomarse un café, sorteando así uno de los miedos latentes en el mundo digital: La desvirtualización. Y es que, en la mayoría de los casos, las conversaciones que ocurren fluidamente en el entorno virtual, se desinflan cuando las personas se ven en persona. Sin embargo, contra todo pronóstico la desvirtualización entre La Chica y El Chico fue un éxito. 

Tras un par de cafés y luego de unas 4 horas de conversación, El Joven descubrió que, no había visto su celular en todo ese tiempo, lo que para él era algo impensable ¿La razón? La Chica le había dicho que no le gustaba la gente que veía permanentemente el celular, pues, a veces por ese afán de estar conectado todo el tiempo, se perdía de las cosas hermosas que pasaban a su alrededor. 

Luego de despedirse quedaron en volver a tomarse un café.  Ambos coincidieron en no apurar las cosas. Pasaron varios días y no se comunicaron. Transcurrió una semana y arreglaron para encontrarse en el Bar Rio de Janeiro un martes a las 19 horas. Ese día El Chico llegó media hora antes, y apartó una mesa muy cerca de la barra, pero lejos de la TV, pues esa noche jugaba Boca.  Además, decidió apagar el celular para que nadie interrumpiera la conversación.

Minutos después un mozo se le acercó a El Chico para tomarle la orden, pero él le dijo que estaba esperando a La Chica. Poco después el reloj marcó las 19 horas, pero La Chica aún no llegaba; y así se vinieron las 19:30, las 20 y las 20:30. Evidentemente La Chica no fue y El Joven se marchó desmoralizado a su casa. Obviamente no la llamó, porque no quería quedar como alguien insistente “Lo que no fue, no fue” se dijo.

Pasaron unos 15 días y una tarde mientras El Joven caminaba por el Parque Centenario, se encontró a La Chica. Al verse se saludaron fríamente y luego de dar varias excusas, La Chica preguntó: ¿Por qué no llegaste?

El Joven le respondió: 

– Yo estaba en El Café Rio, me senté cerca de la barra. 

La Chica lo atajó y le explicó que ella se había sentado en una mesa afuera, que lo llamó al celular, pero estaba apagado. Por eso pensó que nunca llegaría. Incluso le contó que, cuando el mozo le fue a tomar la orden, ella le preguntó si no había un joven esperando a alguien, y este le había contestado que dentro del bar solo estaban 4 jubilados viendo el partido, y por eso decidió irse.

Luego de conocer lo ocurrido La Chica y El Chico se rieron, putearon al mozo mala onda y cuando el joven la quiso invitar a una nueva salida, ella lo atajó y le dijo: 

– Aquel día me fui muy triste y cuando entraba al edificio me encontré con un viejo amigo quien me invitó a tomar una copa y ahora estamos saliendo…

Y fue así como una historia de amor nacida en el mundo digital, fue asesinada no por la desvirtualización, sino por un mozo mala onda.


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