Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Ainoa Inigo
Photo Credits: gaelx ©

Desde las filas de la insurrección

Hay muchas formas de resistir. Puedes empezar, por ejemplo, con un pequeño gesto: abrir un libro, coger un bolígrafo, ponerte a escribir.

Otra consistirá en plantarle cara al tipo que, desde una calle vacía y de noche, te increpe en la oscuridad o al que de mil maneras y con mil rostros distintos ha tratado de tocarte en el vagón de un tren inundado de gente o amparado por la multitud de un bar.

Alguna no aguantará más y alzará la voz en una reunión familiar donde se le cuestione por tener hijos o por no tenerlos, por salir de noche, por ir muy maquillada o por no hacerlo, por llevar el pelo corto, largo, pintado o no pintado, por andar con chicas, por andar con chicos, por beber, por no beber, por fumar. Y serás la eterna menor de edad, la que no sabe, la que necesita consejo y guía, la ingenua o la incapaz. O te convertirás, invariablemente, en la bala loca, la oveja negra, la señalada, la vergüenza familiar.

Habrá quien de repente, empiece a ver las cosas desde otra perspectiva, desde otra luz. Y nunca más podrá deshacerse de esa mirada. Y verá, con ojos implacables, al jefe acosador, al ginecólogo intrusivo, al que te da lecciones en la ferretería, en el supermercado, en una conferencia, en la barra de un bar. Y a veces, entre todos estos tipos y prototipos, será capaz de atisbar a una subespecie engañosa y no por eso menos dañina: los feministas de salón, los machistas de closet, los que dominan todas las teorías de género y las presumen pero no por eso dejan de practicar el despotismo más ilustrado e hipócrita en su vida personal.

Habrá quien tal vez un día, cansada de no ser reconocida, se niegue a preparar la cena, hacer la cama, sacar al perro, comprar el pan. A algunas les costará un portazo, una ruptura, un divorcio, una guerra mundial.

Hay palabras, hay discursos, capaces de incendiar.

Yo me asomé a la historia porque quería comprender. Descubrí que la filosofía ha sustentado desde el principio de los tiempos al sistema patriarcal: Eurípides, Aristóteles, Rousseau, Voltaire, Kant, Schopenhauer, Nietzsche y un largo etcétera. Ellos instauraron, defendieron y justificaron un discurso binarista en el que la mujer es naturaleza y el hombre cultura. Lo domesticable, lo subalterno, frente a lo racional.

Conocí, a través de los libros, a mujeres admirables como a la inglesa Mary Wollstonecraft, que en el siglo XVIII rechazó la idea de la inferioridad intelectual de la mujer y demandó educación para todas. O a Olimpia de Gouges, hija de la revolución francesa, que escribió una declaración sobre los derechos de la mujer y murió bajo la guillotina. O la abolicionista Sojourner Truth que escapó de la esclavitud y abogó por la igualdad entre mujeres y hombres, blancos y negros y que en 1858, en una de sus conferencias, cuando un tipo la acusó de parecer un macho por ser alta y flaca, se desabotonó su blusa y mostró sus pechos. O a las sufragistas de Reino Unido, transgresoras y contestatarias, que a principios del siglo XX rompían cristales, peleaban con la policía, practicaban la desobediencia civil en su lucha por el derecho al voto de las mujeres, sin miedo a la represión y los calabozos.

Y siguieron llegando a interrogar el sistema más y más mujeres: Gayle Rubin, Simone de Beauvoir, Gloria Anzaldúa, Audre Lorde, Angela Davis, Judith Butler. Muchas de ellas fueron marginadas, expulsadas de sus trabajos, enviadas a prisión, amenazadas de muerte, abucheadas, asesinadas.

Hay muchas formas de resistir. Puedes empezar, por ejemplo, con un pequeño gesto. Salir a la calle con una pancarta un 8 de marzo, como en España, junto con cinco millones de personas y ponerte gritar. Paralizar a un país entero. Vaciar oficinas, casas, escuelas. Dejarlo todo y salir a protestar.

Auxilio Lacouture, en Los detectives salvajes, escondida en los baños de la universidad de México, recordaba de memoria los versos de sus poetas favoritos y escribía para ahuyentar el miedo a ser violada el día que el ejército tomó las aulas, en 1968. “Porque escribí, resistí”, pensó. Porque escribí, porque leí, porque aprendí de otras mujeres y de su lucha, porque descubrí el verdadero significado de la hermandad, porque entendí que hay muchas formas de insurrección. El feminismo me cambió la vida.


Photo Credits: gaelx ©

Hey you,
¿nos brindas un café?