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daniel campos
Photo Credits: Tom Woodward ©

Del Cuartel a La Hendija: Escena surrealista

A veces salís por la noche al teatro en San José y amanecés en un lugar impensado e inverosímil.

Es viernes. Asisto al estreno en el Teatro de la Aduana de una puesta en escena de Panorama desde el puente, drama de Arthur Miller sobre inmigrantes italianos en Brooklyn. Después de la función, la gente de dirección, producción y actuación se dirige hacia El Cuartel de la Boca del Monte, un bar cercano, para festejar y tertuliar. Les acompaño. Con mi amiga Moy comento que el montaje y las interpretaciones me han conmovido. Luego converso con Tatiana, directora de la obra, sobre la vida de migrantes e inmigrantes, tanto en Brooklyn como en esta Costa Rica adonde inmigran latinoamericanos y pasan migrantes africanos y asiáticos rumbo al norte.

Cuando nos van a cerrar el Cuartel, pasadas las 2 a.m., decidimos tomar el zarpe todos en otro lugar. Pero, ¿cuál cantina nos dejará entrar a estas horas? Alguien menciona el bar clandestino La Hendija. Sin saber bien en qué me meto, sigo la onda a ver en qué paramos.

Nos vamos a San Pedro y en las cercanías del Higuerón nos detenemos frente a una puerta roja de doble hoja, de madera, sin rótulos. Parece una cochera anónima de una casa sin frente. El conocedor de los códigos del bar toca la puerta en clave un par de veces. Al rato, abre discretamente un hombre alto, canoso, de avanzada calvicie y barbado. Nos mira con ojos inquisidores. Nuestro amigo le dice que somos un grupo de actores y venimos a tomar unos tragos. Sin decir nada, el hombre abre la puerta apenas lo justo e ingresamos todos rápidamente. Cierra de inmediato.

El interior es una antigua cochera acondicionada como cantina minimalista: siete u ocho mesas redondas cubiertas de formica, sillas de metal con asiento redondo mal acolchado, piso de cerámica barata y al fondo una barra de madera con algunos bancos. Detrás de la barra, el hombre que nos abrió funge como cantinero. 

Me acerco a la barra. Él me mira sin hablarme y le pido una cerveza Imperial. Mientras me la trae, verifico que no hay permisos del Ministerio de Salud ni de ningún ente gubernamental. Regresa con mi birra y me la cobra con gestos mínimos y palabras escuetas pero corteses.

Con birra en mano todos, continuamos la tertulia. Son cerca de las 3 a.m. Ocupamos cuatro de las mesas, otra gente ya ocupaba las demás. Llega más gente. Jóvenes y viejos, algunos ya pensionados. Nadie se va. «¿Cómo caben tantos?» Al rato me doy cuenta que al fondo, junto al extremo opuesto de la barra, hay una puerta de acceso a otro cuarto. Quizá sea el interior de la casa y la sala esté acondicionada también como salón de cantina. 

Hemos pasado de las 4 a.m., La Hendija está a reventar y el cantinero sigue atendiendo solo, con parsimonia. En uno de sus viajes de la barra a la puerta, observo que es cojo pero, imperturbable, se mueve con tanta seguridad que casi no se nota su bamboleo. Le digo a mis amigos que esto parece un filme surrealista de Luis Buñuel.

—Puede ser—, me dice Moy, —pero el ambiente no es de plácida bourgeoisie sino tipo Amores Perros de Iñárritu—. Sí, esto es una mezcla de Buñuel e Iñárritu. 

Hemos perdido la noción del tiempo y alguna gente se ha ido cuando un compa propone que vayamos a desayunar. El cantinero nos abre la puerta. Le damos las gracias y apenas responde con la cabeza. Salimos. Afuera ya clarea. El cielo es azul cobalto y las nubes son gris blanquecino. Cantan yigüirros.

Unos compas van a desayunar pero la mayoría nos marchamos a casa. Media hora después estoy en mi barrio, ya casi a las 6 a.m. El día ha despuntado definitivamente. Al este se ve nítido el macizo azul del Volcán Irazú. Al oeste y suroeste verdean las laderas de los cerros de Escazú y Alajuelita.

Entro a mi apartamento. Estoy tan despierto que no me acuesto sino que salgo al jardín a respirar el aire matutino y sentir el rocío en el zacate, los pétalos de las rosas y las hojas de la granadilla de monte.

Tengo hambre. Desayuno la sopa que debí haber cenado anoche si hubiera regresado a una hora prudente. Ahora sí, voy a dormir y recuperarme de esta noche josefina.


Photo Credits: Tom Woodward ©

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