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Debajo de la piel

Una canción de Pink es tarareada por El gordo que acaban de presentarme, solo tiene una pantaloneta, unas gafas oscuras y un porro en la mano, sonríe mientras canta y chasquea sus dedos haciendo un zigzag frente a mis ojos. Me dice que él es “La reina”, todos reímos.

Me presentan a los otros dos hombres de la fiesta, uno delgado que también usa gafas oscuras y uno canoso, sonriente, las dos mujeres que comparten con nosotros usan gafas oscuras también.

Son las ocho de la mañana, el día es gris, el patio es amplio, tiene un árbol de mangos y algunas pencas pero no es un jardín muy trabajado, las paredes tienen la pintura gastada, hay humedad en algunos rincones, nuestra atención se centra en la marihuana sobre la mesa cuyo olor impregna toda la casa; el vino, la música que sale del parlante de la terraza que da hacia el patio y la comida que pidió El Canoso para desayunar, nos dicen que desde que su única compañera de vida se fue, come solo y dentro de su casa.

La música da un giro por petición mía, ya que en vez de Pink piensan escuchar algo más suave para seguir cantando en un ambiente similar al de las mañanas cuando uno tiene una escoba en la mano y se dispone a limpiar la casa. Propongo rock n’ roll, El Canoso me mira sonriendo, pone Led Zeppelin y canta las canciones a todo pulmón.

El Flaco se va a dormir, El Gordo se va a su casa, el sol se pone sobre nuestras cabezas, la tarde huele a cenizas regadas torpemente sobre la mesa, El Canoso lanza una bocanada grande de humo, nos mira con decisión: Les tengo que mostrar algo. Se pone de pie, va al tercer piso tarareando la música que retumba por toda la casa, nosotras, sin darle mayor importancia a sus palabras seguimos fumando y bebiendo.

Tengo ganas de ir al baño, me pongo de pie y me dirijo hacia el que queda en el primer piso, la ebriedad no me deja despegar la mirada del suelo, éste también está un poco desgastado; miro las escalas, empolvadas, veo unos pies puestos sobre tacones grandes que dan pasos hacia mí, son las piernas del Canoso, pienso, mis ojos deben dejar de mirar el suelo para confirmarlo.

Subo la mirada y ahí está, con un vestido marrón, accesorios grandes en sus brazos, maquillaje y sus canas al aire, una carcajada diminuta sale de mi boca, hasta ahora no sé cuál hubiera sido la reacción correcta, pero cuando pienso en El Canoso de esa forma una sonrisa se impone en mi rostro, sale al frente sin permiso porque en ese instante descubro que él no necesita gafas para ocultar semejante secreto.

Para descifrarlo hay que atravesar sus ojos, puertas de la habitación en la que guarda sus alas. Todos guardan secretos de maneras predecibles, en su caso, su apariencia misma esconde el misterio.

Respecto a la primera duda, les digo que no, no es gay, es heterosexual, le gusta vestirse como mujer, no usa peluca, tiene una colección de esmaltes en todas las gamas de color, de vez en cuando se atreve a salir a la calle en tacones a dejar la basura cerca de un poste o cuando va de compras a lugares como el centro de Medellín, sobre su rutina laboral solo puedo decir que se dedica a la música en eventos especiales y por su enorme casa supongo que debe dedicarse a otras cosas y tal vez no voy a saberlo jamás, tiene pocos amigos, yo no soy uno de ellos, desde ese día no lo vuelvo a ver.

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