Dedicado a un ejército de peludos del pelo
Aquí estoy muy bien, paseo por el jardín regando cada orquídea y bromelia, también las hortensias, a las que presto mayor atención, las astromelias y sus pecas, un poco de agua para los claveles, pero no, no hay claveles en mi jardín, solo en mis sueños y en alguna conversación de tiempos más o menos florecidos. Son flores en todo caso y por algún motivo me obligo a sentir que me hacen bien, que son mejores que cualquier otra cosa, que las prefiero a ellas, pero ¡qué mierda!, son solo flores… no los son, porque son no estar en otra parte, en otro clima donde las sonrisas de todos esos rostros no se mezclan con el rocío y al secarse, se secan mal en ningún libro y se deshacen en dedos que no son los de Bonita cuando me dice: “Tengo algo para entregarte” y estornuda, porque esa mañana de jueves, estornudó. Soy mejor con ellas, las flores, y ellas casi siempre conmigo. Son solo flores y son mis ganas de no regresar a Medellín, sobre todo son eso, no regresar a Medellín y poder quedarme entre estas colinas verdes y azules, y cipreses de sueños, y no enfrentarme a esas pieles grasosas y ruidos… alguien diciendo algo, pero nada en todo caso y resulta que es mi culpa, y no el jardín y Bonita… el sueño, aquí, donde sé cómo soportarme y no de soportarlos a ellos…
Pero es fin de semana, culmina, noche de domingo, los mensajes aceleradores comienzan a llegar. Alguien me pide que haga algo, y por algún motivo no está bien, ¡vaya infamia la mía!, sé porque no está bien, es muy fácil de descubrir, porque ¡NO LO SIENTO! No hago más que engañarme, mentirme suponiendo que el paso de este inclemente tiempo me dejará con mayor felicidad o alguna felicidad. Enorme error, ¿para qué tengo que bajar?, desde los veinte sé que tengo mi forma de vejez en las manos, en el jardín y me gusta. No tengo tantas aspiraciones como otros, no tengo la necesidad de que me llamen y me digan que algo les gusta o que se quieren tragar el mundo. Yo no me lo quiero tragar, no le veo la necesidad, no compito por nada ni marcho por nada más que por la libertad de sonreír con el viento frío de la mañana, y si he de marchar por eso, no será como ellos marchan, porque yo no marcho, mi lucha es sentado, solo… en teoría, siendo honesto, a la manera que odian los que tanto desean comerse el mundo. Las cosas son solo ese momento, presente o pasado, dependiendo de qué tan nostálgico me sienta por exceso de botellas. No puedo mirar el futuro más que hacer sonreír a Bonita y llevarle flores secas a la cama con el desayuno, el que ella pueda tolerar, nada de queso y salsas; y seguir familiarizándome con la niebla, pues se me da muy bien y no termino de conocerla…
¿A dónde me va a llevar este bus en la mañana?, otra vez a estas calles mugrientas que se derraman, fugas de miedo, demasiado vómito e individuos con ideas, ¿para qué las ideas?, las ideas son molestas, no valen la pena, Céline acabó con ellas; pero todos insisten, Medellín insiste, quiere formarme a su manera de vida la que no se parece a mí. Sobre todo los mensajes aceleradores, “¿Juan Jo ya hiciste tal cosa?”. No, no la hice, no quise, no la sentí, me daba asco, era una idea y colectiva para acabar de ajustar, no me gustan las ideas, sobre todo esas en donde varios individuos se hurgan la nariz a la misma vez… pero sí, Juan Jo sí hizo lo que le dijeron que hiciera, porque se comprometió, no con algo que amaba, pero se comprometió. Entonces Juan Jo no soy Yo, porque Yo sangro de una manera en la que Juan Jo no lo hace, y la manera en la que sangro, nadie la quiere escuchar… Bonita… casi, una vez, quiero creer que todavía, me da fuerzas para pensar que Juan Jo no me ha tragado del todo. Espero que Bonita no quiera más a Juan Jo que a mí… pero parece ser la idea consolidada, la generalización, la de Medellín, ¡puf!, otra idea.
No quiero la grandeza, porque desde muy infante entendí que si llegaba a ser hombre, iba a ser uno pequeño, ajustado, parecido a mí y no a otros, no a Juan Jo. ¿Alguien más quiere firmar por mí?, adelante, firmen, yo solo me divierto cuando lo escribo. Pero no me hagan bajar a Medellín, no quiero regresar, o por lo menos no a su Medellín, a la mía sí. Entonces ahora hay dos, la mía y la de Juan Jo. En la mía miro, siento, los colores se levanta y los bares son grandes ventanas a calles donde la lluvia hace que todos huyan, menos Bonita, que nunca huyó de la lluvia. En la de Juan Jo, indiferente por naturaleza, porque sentir evita la producción, la disminuye, no es efectivo, nadie compra, cuando se siente no se puede estar en el supermercado del arte, “deme un arte, por favor”, “no me dé de ese que me cae mal para el estómago”, “pártame ese a la mitad”, “mire, señora, este arte está vencido, ¿cómo lo pueden tener en exhibición?”. No me hagan volver. Sé que no les importa si digo que realmente sufro y a pesar del masoquismo, no lo disfruto. Juan Jo resiste, disimula, más bien, yo no, peco de honesto, tal vez se me va la mano.
Amanece y paso al lado del ventanal de mi casa que mira al jardín, nuestro jardín, Bonita, ¿lo ves?, faltan los claveles. Ahora debo subir las escalas y estirar la mano para tomar el bus. Juan Jo se sube al bus, regresa a Medellín, encuentra a alguien, tiene ideas en masa, una boca anónima dice: “falta dinero”. Mencionan que tienen sueños, todos a la misma vez, e ideas, de nuevo. Juan Jo no presta atención, como haciendo el registro de un juzgado escribe lo que le dicen, no escucha porque no puede escuchar, está mal, fuera de la ley o la disciplina de producción, ¿oír?, oír sí se puede. Todos se van a comer el mundo, y a Juan Jo, pero a Juan Jo no le importa, dejó de importarle cuando me dejó a mí en el jardín con Bonita.
Photo Credits: Allison Harger