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cartas tarot
Photo by: Alexandru Paraschiv ©

De oráculos y tarots

La guerra no avisa, escribió Marjane Satrapi en Persépolis. Un día, su ciudad comenzó a ser bombardeada, y aunque ella hubiese intentado predecir este acontecimiento con tarots y oráculos, probablemente no lo habría visto venir. La guerra no avisa, pero tampoco el resto de la vida.

 


 

Desde hace un año, casi todas las mañanas me levanto y tomo una carta del tarot para mí. Medito con ella, intentado encontrar en estos dibujos ancestrales un significado propio, uno que no sea el que dice el libro o internet. Busco algo que me ayude a ver hacia adentro, no a adivinar el futuro.

Me digo a mí misma que no creo en las adivinanzas, en las cortinas de humo ni en nada que me recuerde a gitanas de feria… Me repito que el futuro es un lugar en construcción permanente, un sitio que se va renovando a sí mismo constantemente sin llegar a ser algo permanente, que pocas cosas o ninguna avisan, y que casi todo sorprende. En el fondo, aunque intente negarlo con argumentos racionales, hay algo de eso que interpreto que intento que me ayude a ver los giros en el camino.

Estoy segura que la guerra no avisa porque lo he leído, pero no sé si he estado intentando jugar a adivinar las bombas.

 


 

Comencé a coquetear con la idea de leer el tarot hace años atrás, especialmente cuando cursaba octavo semestre de Psicología y me enteré que Carl Jung usaba los arquetipos del tarot para profundizar en sus análisis.

La posibilidad de ver las cartas del tarot como otra cosa que no fuese cuestión de frases abiertas que podían ser fácilmente adaptables a cualquiera me fascinó. ¿Realmente podría construir una conexión con algo tan poco científico?

Antes de darme la oportunidad de masticarlo un par de veces, barrí mi curiosidad bajo la alfombra de cosas que son una tontería. Me hacía sentir como una idiota el hecho de plantearme comprar unas cartas e intentar encontrar significados, aunque Jung basase su teoría en ellas.

Mi lado científico acalló esa voz que intentaba plantear la posibilidad de cosas más allá de lo comprobable. ¿Cómo era posible que me hubiese desvinculado de las creencias religiosas desde que era adolescente pero que ahora me estuviese planteando la posibilidad de creer en cartas y símbolos?

Con ese argumento, viví los dos años siguientes. No obstante, en mis primeros meses aquí en España, la idea volvió a mí. En ese momento en el cual vivía una vida sin forma, intentaba encontrar algo que me diese seguridad. La idea de leer las cartas volvió a mí con la misma calma de aquel que espera sentado su turno en una oficina.

Ya no era una curiosidad científica por utilizarlas como Jung. Necesitaba algo que me diese alguna señal, que me sostuviera en un momento que yo sentía como una caída libre.

Nuevamente, volví a encontrar un argumento para no comprarme las cartas. Como no estaba trabajando, pensaba que no tenía derecho a gastar dinero en algo que no fuese esencial.

Imaginé mi idea sobre leer las cartas del tarot cogiendo un nuevo número y sentándome en mi oficina mental a esperar que fuese su turno una siguiente vez.

El turno le llegó una vez más en el 2020. Con una pandemia de por medio, aquella sensación de caída libre que pensé que no volvería a vivir por tener un trabajo, regresó con todas sus fuerzas. Si ni la guerra ni las bombas avisan, las pandemias tampoco.

Con un encierro indefinido en casa y una situación que me obligó no sólo a mirar hacia adentro, sino a reestructurar todo el mobiliario interno; el tarot se me antojó como un reto interesante. No se trataba de intentar encontrar avisos sobre lo que estaba por venir en medio de una incertidumbre mundial, sino de ir hacia adentro.

Durante este año, he aprendido a no avergonzarme de aquello que pueda parecer irracional o poco científico y que meditar de alguna manera no es solo cosas para monjes tibetanos en algún pueblo perdido del Himalaya. Si bien es cierto que el futuro es un lugar de construcción permanente, conocer y entender profundamente el presente me prepara mejor para él. Aunque las guerras y las pandemias sigan sin avisar.


Photo by: Alexandru Paraschiv ©

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