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paola maita
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De Macondo a Macuto

Creo que revisar una biblioteca es un acto muy íntimo, y más cuando se trata de la propia y eres alguien que ha ido adquiriendo libros desde que puede recordarlo. En medio de ese ejercicio, me topé con uno de esos libros conocidos por todos, odiado por algunos y amados por otros: Cien Años de Soledad. Con un fin de semana de ocio por delante, me propuse darle una releída con el permiso de saltarme algo que me pareciese fastidioso.

Con esta última vez, van tres veces que lo leo por completo y un intento fallido. La primera vez tenía 8 años, y obviamente no llegué muy lejos. No estaba ni cerca de tener la capacidad de entenderlo ni mucho menos de poder seguir el hilo. Por ende, terminé odiándolo. Sólo recuerdo estar molesta porque “mamá, todos los nombres se repiten, ¿Será que el señor era un flojo y no quería pensar?”.

La segunda vez tenía 15 años. Alguien comentó en una reunión que la única forma que había encontrado para seguirle el hilo había sido ir dibujando un árbol genealógico a medida que lo iba leyendo, y así llevar la cuenta de los vivos, los muertos y los tocayos. El comentario fue un bálsamo a la llaga de mi intento frustrado, así que decidí seguir el consejo y darle una segunda oportunidad. Lo terminé en un mes. Estaba muy contenta de haberlo logrado, y así poder tacharlo de mi lista de pendientes.

La tercera vez tenía 19 años. En ese año, la RAE sacó una edición especial donde, no sólo estaba la novela, sino también ensayos de otros escritores sobre aspectos de la obra. Decidí leerlo otra vez por dos razones: tenía una excusa para comprar una edición más bonita que la vieja que tenía en mi casa y quería leer los ensayos para profundizar el entendimiento de la historia, su trascendencia, el por qué nos representa como latinoamericanos, y todas esas cosas que nos gusta decir sobre un libro importante. Supuse que con esa vez estaba más que satisfecha por lo que me quedaba de vida.

Cuando volví a tropezarme con él hace unos días, se me antojó leerlo una vez más por el mero gusto de entretenerme. No tenía pretensiones de entenderlo más a profundidad ni de saber la opinión de otros. Fue un acto catalizado por el puro ocio de tener algo de tiempo libre entre las manos. Comencé a leerlo un viernes después de almorzar, y lo terminé el sábado en la mañana. No sólo fue la vez que lo he leído más rápido, sino que ha sido la vez que más lo he disfrutado y mejor lo he digerido, porque me di cuenta de algo que siempre estuvo allí, sólo que no lo vi hasta que mis ojos estuvieron listos: Venezuela es Macondo. Pienso que el desarrollo de Macondo representa bastante bien nuestra historia del siglo XX y lo que va del XXI.

A grandes rasgos, comienza con un pueblo que nace en medio de la nada, fundado por extranjeros, donde los gitanos llegaban a exhibir sus hallazgos a un pueblo ignorante que se impresionaba con cosas cotidianas en otros lugares, como el hielo, los imanes o una lupa. Luego logran establecer contacto con otras aldeas, lo que trae una gran bonanza económica. Vienen las guerras civiles que retrasan un poco el desarrollo del pueblo, pero con las que llegan inventos (el telégrafo, la electricidad y el ferrocarril, por ejemplo) que cambiarían el destino del pueblo para siempre. Sigue el establecimiento de la compañía bananera norteamericana que monopoliza gran parte de la economía y que da al pueblo un ambiente de bonanza y derroche que parecía eterno. Finalmente, vendría la decadencia que inicia con el diluvio que pudre al pueblo hasta sus raíces y que bota a la compañía bananera y sume al lugar en una espiral descendente de miseria, emigración y muerte que culminaría con el huracán, el gran cataclismo que acabó con el pueblo y los Buendía.

Para mí el paralelismo sería nuestro paso de ser un país rural, pobre e ignorante, al “país más rico del mundo”. Gracias a nuestro petróleo bananero tuvimos una economía con aspiraciones astronómicas y atrajimos personas y empresas de todos los rincones, pero terminamos en este punto de miseria en el que vivimos actualmente, donde todos nos vamos, las calles se vacían de vida y se llenan de muerte. Incluso, tuvimos nuestro diluvio que podemos decir que ocurrió el mismo año donde inicia la decadencia: el deslave de Vargas en 1999, donde no llovió por 4 años como en Macondo pero sí por más de una semana. Quizás fue una advertencia.

No sé si pensar que aún nos falta el huracán o si es esto que estamos viviendo. Tampoco sé si ser barridos metafóricamente (¿o literalmente?) sea una solución, o si considerar que Simón Bolívar es nuestro José Arcadio Buendía. ¿Andará él por ahí penando también? Lo que sí es cierto es que terminó casi tan solo como el patriarca de esa familia, e incluso hay quienes dirían que parecidamente delirante. ¿Será que García Márquez no sólo era escritor sino también profeta?

A algunos nos toma 22 años quitarnos ciertas pretensiones intelectuales e inútiles de la cabeza, a otros quizás 100. Lo cierto es que leer impulsado por la nostalgia y/o por simple gusto, como un niño de 8 años, es uno de los actos de rebeldía que nos puede llevar a hacer las conclusiones más esclarecedoras de nuestras vidas.


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