Nuestra Pandilla de Phillip Roth: Se trata de una sátira despiadada y mordaz sobre la corrupción del poder, centrada en el período presidencial de Richard Nixon. La crueldad que destila esta visión de las prácticas innobles de cualquier mandatario revela la vileza del ejercicio político y sus escasas posibilidades de corrección. Hay que reconocer que una novela que desenmascara los resortes podridos del poder de una forma tan brutal solo pudo haberse escrito en un ambiente donde se hace efectiva la dinámica democrática y su bastión más firme: la libertad de expresión.
El componente satírico de la obra expresa la indignación del entorno como respuesta a las atrocidades que comete el gobernante. La sátira ataca una realidad que se desaprueba y el arma ideal para ello es el lenguaje. En la sátira el verbo se vuelve juego, burla, contradicción y desvarío que refleja esas mismas condiciones de la realidad real para desmontarlas dentro de la ficción y mostrar su aterradora oscuridad.
La parodia a su vez, muestra el mundo al revés. Se basa en un sistema de espejos deformantes que dan muerte al referente real que al parodiarse se desintegra. Cuando se parodia se revive el modelo puro, el ejemplar en el proceso de degradarlo. Así, el “deber ser” del político se recoge desde su deformación: aparece lo que no puede ser, pero es; para dejar en primer plano lo que debe ser y no es.
En la parodia la palabra agrede a su primer referente para servir a fines opuestos a su objetivo original. Un ejemplo magistral : cuando están decidiendo la estrategia para culpar a los boy scouts de conspiración , el presidente pregunta; “…¿la emprendemos a tiro limpio con ellos antes de detenerlos o después de detenerlos? Porque ahí está el problema que siempre se nos plantea, verdad?” ( NP: 49) La pregunta señala la distorsión enajenante de la idea que resulta imposible de aceptar en su versión primera ( nadie se preguntaría tal cosa, en la realidad que manejamos como correcta) pero se vuelve discurso real posible en el plano de una ficción que se propone subrayar con fuerza que lo que suponemos imposible puede resultar posible desde la corroboración de hechos que lo comprueban.
La parodia absorbe otro texto precedente ( el discurso político oficial ) y le replica desde la contraposición entre decir y querer decir: “que nadie se llame a engaño” es el ejemplo perfecto. Este diálogo intertextual entre el discurso conocido y el discurso parodiado requiere de la paradoja y la ironía para consolidarse. En el primer caso, se usa la paradoja para demostrar que en lo incongruente se encierran verdades como rocas. Atacar a Dinamarca como país pro-pornográfico para culpar a un beisbolista supuestamente refugiado allí, de traidor a la patria resulta un recurso que enfatiza lo absurdo de las explicaciones con que se envuelve al ciudadano común cuando desde el poder se necesita conseguir su adhesión a toda costa. Aunque se trate de una barbaridad estará tejida con hilos tan sutiles que funcionará a ojos de las masas embotadas. La ironía permitirá que se acepte como verdadero o lógico lo que es falaz y arbitrario hasta que una señal indique al lector que se trata de un guiño pícaro y que la interpretación es la contraria: toda la discusión sobre cómo considerar al sargento Culley en caso de que pudiera haber matado , entre los civiles que masacró, a una mujer embarazada y si eso se consideraría o no un aborto, y si el sargento lo sabía o no, y si la mujer se lo encargó indirectamente, o si se la veía gordita y el pobre sargento se confundió, es un ejemplo extraordinario del juego argumental que va in crescendo hasta el límite de la explosión argumentativa.
El resultado final de la aplicación de estos recursos es el encuentro del lector con una nueva manera de ver el mundo, propuesta desde la ficción que se adecúa a la verdad verdadera hasta entonces enmascarada por su necesidad de operar en un contexto aceptado socialmente. El lector y el narrador se conectan en la euforia que produce llegar, finalmente, a la verdad más profunda del sistema de pensamiento del personaje desenmascarado. El discurso político oficial disfraza la verdad y la novela que parodia, ironiza, satiriza, o se burla de esa verdad, le quita la máscara y deja al descubierto la índole perversa que se esconde tras las apariencias. Nada más explícito que el final: “…nuestro lado es el bueno, es decir el lado del Mal.” (NP: 173)
¿Por qué elegir el humor como base y sustento de la ficción que denuncia el entramado canallesco del acontecer político? El humor es un modo peculiar de re-ordenar el mundo. Gracias a él se nos revelan posibilidades desconocidas de interpretar la realidad. Del humor surge una nueva lógica que anula la convencional. El humor atrapa la discordia de la vida: entre sentir y decir, entre la esperanza y el fracaso, entro lo que parece y lo que es. Permite la llegada de lo contrario atraído por lo contrario hasta lograr que el orden ideal en el que nos han hecho creer quede arrasado. El humor es transgresión en el lenguaje: lo negado se presenta como afirmado, lo imposible como sucedido, lo ilógico como funcional, hasta dar a luz una nueva visión del mundo con valor de verdad, una vez que la antigua visión ha quedado deshecha. Sin darnos cuenta el humor nos ha dado permiso para ver lo peor de la vida sin desesperación, sin amargura… y sin darnos por vencidos. Si puedo reírme…he triunfado!
En el fondo ( y en la superficie) la crítica real de la novela es una crítica al lenguaje. Es en el territorio de la palabra donde se contradice a la verdad. El máximo fraude, la suprema coartada de la que son hijas todas las demás está en el lenguaje impostor que se extravía de su propósito único: expresar lo que es como es. Cuando el lenguaje se divorcia de la realidad y de la verdad, se ocupa de desarrollar la oscuridad que siempre es engaño, farsa y caos. La encarnación de un posible Satán se verifica en el manejo de la palabra como arma para destruir el peligro mayor: la coincidencia entre lo que se dice, lo que se hace y lo que se piensa.
Por eso, no nos llamemos a engaño, el Demonio seguirá insistiendo para que el Mal se imponga, y que generación tras generación nadie conozca jamás el terrible flagelo del Bien y de la Paz. Amén.