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Photo by: Zonda Bez ©

De cepa en cepa

Es probable que la maldición del COVID haya aparecido mucho antes del segundo semestre del 2019, y no precisamente en el continente asiático. De acuerdo con hechos concretos y registrados, desde los años ochenta la mano hipócrita de la corrupción empezó el robo descarado de vidas en el Perú. Presidente electo tras presidente enjuiciado, se encargaron de desangrar sistemática y retorcidamente un país que alguna vez rozó el umbral del club de las economías desarrolladas. Al margen de las ideologías de derecha, centro o izquierda, los gobernantes del Perú han venido mutando tal cual el coronavirus. Cada cinco años, uno seguido del otro, han robustecido los niveles de corrupción con variantes y métodos sofisticados en la mayoría de las instituciones. Realidad perversa y dependiente de nuestros actos, pues somos nosotros los que votamos por ellos, que al parecer se avecina nuevamente.

A pocas semanas de la segunda vuelta electoral, dos candidatos hacen frente una angustiante contienda. Mujer y hombre con pasados sombríos, disputan el fajín ante el desconcierto y la desesperanza de la población peruana. Ella, con vasta experiencia en procesos electorales fallidos, espera asentar una democracia que para algunos es poco creíble. El pasado de su padre, ex presidente de dos periodos, la tiene condenada. Si bien los pecados de los progenitores no deberían ser cargados a sus descendientes, lo cierto es que para determinados votantes el linaje familiar es un paquete completo. Por su parte, el varón contendor se presenta como maestro de escuela primaria, inocente y con aires de luchador. No obstante, su declarada postura marxista leninista, así como las improntas respecto a las clases sociales y el empresariado, lo elevan a una categoría de candidatura mucho más alarmante. 

Así pues, el Perú, por enésima vez en su vida republicana, se topa con el dilema presidencial. El racismo, la desigualdad y sobre todo la corrupción, paren una vez más la encrucijada de conformarnos con el ya tradicional mal menor. En pleno bicentenario, tendremos que decidir por alguien que deberá liderar y sanar la catástrofe sanitaria, económica y moral que sufre una sociedad que va perdiendo la fe en la confianza segundo a segundo. Dios quiera que la iluminación nos alcance y podamos, de una vez por todas, romper el pesado eslabón que nos viene enganchando de cepa en cepa. Dios quiera que ambos candidatos se entreguen con sensatez, empatía y lealtad a las necesidades del pueblo blanquirrojo. Porque de no ser así, no habrán perdido los derechitas o los izquierdistas De no ser así, la única gran perdedora será nuestra ya mellada identidad nacional.


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