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Paola Maita

De burbuja en burbuja

Inflado #1

6:00 a.m.

Despertar con olor a café recién colado es un lujo en la Venezuela del 2017, uno que aún podemos darme. Nuestra casa es una de las burbujas de mi vida. Entre estas paredes comentamos lo necesario de los acontecimientos, lo suficiente para mantenernos en la delgada línea entre estar informados y no volvernos locos. Preparo las cosas para salir a la calle, esperando que la burbuja aguante.

 

Desinflado #1

6:35 a.m.

Ando en mi carro sin aire acondicionado porque la reparación es carísima, e igual puedo seguir rodando así. Con calor, pero rueda. Escucho un ruido. Espero que no sea nada grave, porque cualquier cosa o es incomprable o no se consigue.

Las noticias que vienen de la radio jamás son buenas. Aunque el programa que escucho es de humor, no dejan de hacer referencia a la realidad. Partidos políticos “pre-ilegalizados” hasta que cumplan con una actualización que pinta ser imposible, un sector económico más paralizado, advertencias de diferentes gremios sobre el próximo producto que va a escasear… Recuerdo los minutos previos antes de montarme en el carro, donde aún podía pretender que esa paz que respiro en casa es extensible a la calle, esa que se ha vuelto un parapeto artificial que nos hemos inventado para mantener la tranquilidad en nuestro hogar.

 

Inflado #2

7:15 a.m.

Siempre digo que trabajar con niños es un trabajo de alto riesgo. He sido mordida y golpeada en medio de rabietas más veces de las que me gustaría contar, pero sí hay un riesgo que no corro es el que alguno me comente sobre la situación del país. Veo a los ojos M., el niño con el que trabajo todas las mañanas. Nada en su mirada me revela ni un mínimo de preocupación por los peligros que corre este país en constante jaque.

Por ahora, nos enfocamos en la lectura y en las sumas sencillas. Él me ayuda a inflar de nuevo la burbuja, poco a poco, con las exhalaciones de emoción que doy cuando compruebo su evolución. Al menos un par de horas que puedo flotar en un limbo de fonemas, grafemas, dibujos y números.

Termina la mañana y es hora de irme a mi trabajo nuevo. Tenemos una reunión sobre los proyectos por venir. Disiento con mi jefe en algunas cosas, pero hay algo por lo que lo admiro profundamente: El poder vivir cómodamente de hacer lo que le gusta, de ser psicólogo, haciendo un buen trabajo y sin engañar a nadie ni venderle humo a la masa. Escuchando sus propuestas, me pregunto: ¿Será posible encontrar una manera mágica y misteriosa de quedarme en este país? Me sorprende que sea capaz de autoformularme la pregunta porque en los últimos 5 años el único pensamiento constante e invariable que he tenido es el de irme del país, pero tengo tantas ideas que quiero materializar y el tiempo se me hace tan escaso, que comienzo a dudar.

 

Desinflado #2

6:23 p.m.

Sé que la respuesta automática y evidente a la pregunta es “no”. La lógica fría es imbatible. Salgo de la reunión, de nuevo al carro sin aire que me lleva rumbo a casa. Esta vez la radio parlotea sobre cualquier tontería que no son noticias directamente, pero es ese humor tonto que trata de esconder lo evidente: Estamos a menos de 5 movidas del jaque mate.

Me bajo en el abasto. Hay azúcar. Un kilo me cuesta lo que me gané en dos horas de trabajo. Pienso en que no quiero pasar el resto de mi vida contando cuántas horas tengo que trabajar para comprar azúcar o café y es ahí cuando la lógica me dice “te lo dije”.

 

Inflado #3

7:20 p.m.

Llego al hogar. Hay agua, electricidad, internet y comida en la nevera. Estoy de vuelta en el paraíso. Saco el mat de yoga y hago una rutina corta. El cuerpo me lo reclamaba. Me baño y preparo la cena. Mientras como, converso con S. sobre el día. La planta donde trabaja está parada, así que no tiene mucho que hacer más allá de compartir con los compañeros mientras cumple el horario. Yo le cuento de mi día, lo que el oficio me permite sin violentar la intimidad de ninguno de los niños que asisten a terapia.

Es hora de sentarse en la computadora a escribir el artículo, como todos los miércoles. En mi cabeza ya tenía algo de forma, afiné detalles en la ducha, y termino de darle vida en el teclado. 

Escucho una voz interna que me dice:

─¿Otra vez el país, Paola?

─Sí, otra vez.

─¿La misma cantaleta?

─Bueno, al menos la semana pasada escribí de Trump.

─Qué fastidiosa…

Trato de mantener la burbuja inflada, al menos hasta mañana cuando me vuelva a montar en el carro.

Mientras escribo, en mi cabeza suena un caricaturesco “Fiuuuu… ¡Pop! Fiuuuuu…” que representan el inflado y desinflado de las burbujas entre las cuales voy transitando mis días. Tienen una película transparente y fina que apenas me separan temporalmente del mundo, sin ser más que una ilusión pasajera que durará hasta que esta partida entre el país y yo termine con un jaque mate de alguno de los dos.


Photo Credits: Basheer Tome

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