Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
roberto cambronero
Photo Credits: Flavio Lorenzo Sánchez ©

Daño

“Hay gente que solo quiere hacer daño.”

Eso lo dijo mi papá.

Estábamos celebrando el cuadragésimo octavo cumpleaños de mi mamá con una cena en el Hotel San José Palacio. Acaba de rememorar esta anécdota, que seguro no recordaría si no fuera por la fuerza de la frase. Cuando estaban apenas comprometiéndose, de la forma que quisieron porque odiaban las formalidades: sin nada de arrodillarse o pedir la mano (todavía casados, no usaban anillos porque les parecía una ridiculez), hubo un desgarramiento que casi los separó. O, por lo menos, lo intentó.   

Al parecer una señora que conocía a mi mamá, llamó a mi abuela diciendo que era un tema urgente. Le habló alarmada, ¿cómo era posible que dejara a su hija, y sobre todo, la menor de tres, la pequeña de diecinueve años, estar con ese hombre casado y con dos hijos? 

Colgó y fue al cuarto de mi mamá impulsada por las ancas de la indignación y acompañada, como los japoneses, por los fantasmas del honor familiar.

“¿Qué es eso de que su novio está casado y tiene dos hijos?”

Mi mamá respondió, sin dejar de aplicarse sangre de toro en las uñas, con una estoicidad tan característica de ella.

“A mí no me ha dicho nada, yo no sé.”

La duda flotó y desbarató, por algunos días, la diplomacia familiar. Al final, prevaleció la verdad y comprobaron que todo estaba en regla, que mi mamá se podía casar sin aceptar una pareja de hijastros.

Pero algo quedó sin respuesta. Fue mi hermana, en aquella noche de hotel, la que preguntó.    

“¿Y ella por qué lo hizo?”

Nadie sabe. No conocía a mi papá, no tenía razón para tener un interés en que mi mamá no se casara. Tampoco creo que pudiera pensar en cómo ese tipo de asuntos se extienden, no se habrá imaginado que años después, al hijo de esa pareja, al escuchar la anécdota, se le sembraría la semilla de la duda y buscaría en el Registro Nacional. Que comprobaría (sintiendo que había cometido una especie de traición) que no había registro de matrimonios previos y solo había dos hijos, mi hermana y yo.

“Hay gente que solo quiere hacer daño,” repitió mi papá, y tomó otro trago de whisky en las rocas.


Photo Credits: Flavio Lorenzo Sánchez ©

Hey you,
¿nos brindas un café?