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Cuerda floja

MADRID: Nos convencieron para que subiéramos a lo alto de una torre, porque, según nos dijeron, arriba todo se ve mucho mejor. Cuando llegamos arriba la torre empezó a tambalearse. No pasa nada, dijeron, tenemos la solución. En uno de los extremos de la torre había un fino hilo atado. “Ese hilo llega a otra torre, solo tenéis que cruzarlo” y poco a poco, uno tras otro, con mayor o menor confianza fuimos hacia el hilo. La torre se caía y según ellos no había otra opción, pero ellos nunca pusieron un pie en el hilo. Una vez estuvimos todos sobre el delgado hilo empezaron a moverlo. Tenéis que esforzaros para llegar nos decían desde la torre que parecía haber dejado de temblar cuando solo quedaron ellos en lo más alto. Hubo quien cayó al vacío y quien se quedó colgando intentando volver a subir a aquel hilo. El camino sobre el hilo era difícil y no parecía terminar. Nadie veía la otra torre, pero ellos prometían que existía.

Ellos, desde la torre, se tiraban frutas y hortalizas los unos a los otros y les hacía gracia. Y la risa se convertía en carcajada cuando mientras intentábamos mantenernos en equilibrio su tomatina nos salpicaba. Estábamos cansados y molestos. De la rabia salieron otros que con una gran elocuencia y expresividad quisieron mostrarnos que la torre no existía, que había que construir una nueva a la que poder llegar. Hubo quien creyó en ellos ciegamente; hubo quien recuperó la esperanza; hubo quien se negó a creer y prefirió aferrarse a quienes nos habían empujado a aquella situación creyendo que la otra torre existía y que en algún momento llegaríamos; y, finalmente, hubo quien no creía en nadie, pero decidió dar una oportunidad a las nuevas ideas porque las viejas nos habían abandonado en la intemperie.

De aquellas tan dispares opiniones ninguno obtuvo el suficiente poder como para decidir por si mismo. Así que las nuevas ideas y las viejas costumbres, todas ellas bajo la promesa de que lo harían todo por sacarnos de aquel hilo, se vieron obligadas a dejar sus diferencias a un lado para unirse en un acto único. Pero los viejos chistes de unos no convencían a los otros y los impresionantes actos de los segundos no sorprendían a los primeros. Unos y otros se amenazaban con no llegar a acuerdos mientras todos nosotros seguíamos sobre aquel hilo que apenas podía con nuestro peso. Hoy cada uno sigue en sus trece y resulta verdaderamente difícil creer o confiar en ninguno de ellos porque seguimos sin ver la torre al otro lado del hilo y toda nueva construcción debe empezarse desde el suelo. Así que permanecemos la intemperie. Intentando no caer al vacío. Acostumbrándonos a nuestra situación de funámbulos mientras los payasos y los mimos hacen malabares con nuestro futuro.

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