La prima de Florida los llama cada dos horas.
Espirulina acababa de nacer, se le subía a la barriga y miraban estrellas mientras compartían hojas con lentejas. Sin contar los peces, están matando a todos los animales del mundo, dijeron en el preescolar. La noticia había servido para que la niña no echara de menos la carne que ya no podían comprar. Perdieron el campo cuando ya no hubo cómo pagar las extorsiones. Costaba menos traer brócoli del Brasil.
Cuando empezaron las quemas, un lagarto malhumorado invadió la cueva debajo de las cayenas y el morrocoy terminó en su cuarto. La madrugada cuando los comandos arrasaron con lo que quedaba, se oyen los gritos de los rebaños, de la amapola blanca, del maizal y del pasto, de las lechosas y del lagarto ladrón. La prima, con el alma en vilo, recordaría el video de la niña cantando como una indígena, igualita a Patricia Velásquez, pero flaquita, y la espirulina en polvo para la anemia con las oportunas cajas de tinte de pelo que había enviado.
Si escapaban con los indígenas tendrían que distinguirse para que no les tiraran a matar. La niña había hecho un solo del himno nacional en pemón –decreto gubernamental del Orgullo Indígena, antes de las últimas protestas de líderes y posgraduados de diferentes etnias abandonadas a su suerte. La chamana oficial Noelí, y su querendón presidente (así llamado por la “pachamamatúsabesqué”, como increpaba la prima a los mistificadores que justificaban crímenes) enamorados de caciques de otros siglos, se habían ocupado exclusivamente de tribus del exterior y de simpatizantes. Mientras, en Bolívar a donde nunca llegó el material instructivo festejaban La Resistencia de Los Pueblos Originarios inspirados en videos de piaches medio desnudos. Ya nadie tenía tiempo de andar investigando, ocupados de la mudanza que significaba la preparación para pasar las noches en las colas de gasolina. Los carros se volvían cuartos de dormir, llenos de almohadas, botellas para beber, botellas para orinar, portarretratos del matrimonio, linternas, galletas, la música favorita. Por tantas carreras o falta de internet muchos les pusieron a los niñitos mocasines piel roja o tocados de chaquiras y meneos hawaianos. Los maestros corregían: No, haloa no era banawi. Traje de egipcia tampoco, la película de la wajuu Velásquez no es una historia de yukpas. Plumas de colores del tío travesti sí.
A ella no la mostrarían en taparrabos. Se le notarían las costillas. Parecería el estereotipo autóctono pero con paludismo. Llevó tacones y boca roja, como las abogadas, antropólogas y médicas indígenas lideresas en los actos oficiales de Caracas. Ningún niño permitió que desplumaran a las aves de la casa. El pemón de la clase les enseñó groserías en taurepán. El chinito cantó en chino. El turquito impidió desgañitado el asalto del zamuro (se necesitaban plumas oscuras) que se disputaba la basura con autóctonos que vestían como todo el mundo.
La prima recomendó coser dobles forros a la ropa para ocultar celulares, medicamentos, dólares, reais, las prendas que les quedaron de la venta de todo y las credenciales apostilladas. Cuando encontraron la chaqueta de la niña en un barrial, con todo intacto a pesar del hueco del forro a la altura del pecho, sintieron que los quemaban.
Desapareció buscándole conversación a otro niño. Lo fue siguiendo, esquivando a los armados. Al alcanzarlo le cantó el himno en pemón y el niñito se rio porque era un disparate. Se escondieron para sus secretos y él puso un vallenato cristiano en taurepán, de YouTube. Ella descosió el sitio donde ocultaba a Espirulina. Hacía años, cuando la prima huyó a Miami, llevaba quelonios del tamaño de una moneda en el sostén, sin que los detectaran.
Sus padres repartieron los dólares suplicando. La prima tuvo un pre-infarto en Miami, pero siguió llamándoles dando ánimos. Pepito De Grazia lloró con ellos desde su propio escondite. La encontraron más allá de Boa Vista en un campamento donde varias recién nacidas respondían al nombre de Espirulina. Había perdido el tinte rubio. Ya era trilingüe y tenía su propia grama di ouro. Les ayudaría a negociar. Espirulina y ella habían ganado peso comiendo pescados que parecían flores.