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daniel campos
Photo Credits: Kurman Communications, In ©

Cuenta oaxaqueña

Las reconocí al entrar a desayunar en Boulenc, una deliciosa panadería ubicada en una antigua casona del centro de la ciudad de Oaxaca. El día anterior habíamos coincidido en una gira turística. En el sitio arqueológico de Mitla me habían pedido que les tomara una foto juntas. Las cuatro habían quedado muy alegres entre los pórticos y tableros de grecas del palacio.

Después las había visto divertirse en las terrazas pétreas de Hierve el Agua, mientras yo nadaba en una de las pozas naturales excavadas en la piedra por el agua que fluye de los manantiales. Desde la terraza podíamos observar un amplio cañón, las cascadas petrificadas en las paredes de la montaña y filas de sierras azules en la distancia. Le había pedido a una de ellas, risueña y castaña, que me tomara una foto junto a la poza, con el cañón y las montañas de fondo. Habíamos conversado brevemente. Todas eran muy simpáticas. Pero al final de la gira regresamos por separado a la ciudad por lo que no las vi más.

Por eso me alegré cuando las reconocí aquella mañana en Boulenc. Leían absortas el menú de desayunos como si se tratara de un importantísimo informe. Me acerqué a saludarlas y en broma les dije que yo no sabía que andaban en Oaxacatrabajando. Se rieron y me invitaron a sentarme con ellas. Acepté. Pensándolo bien, escrutaban aquel menú como si fuera un libro sagrado. Y desayunaron como si fuera una experiencia mística. En realidad lo fue. Los sabores, olores y texturasde las frutas, los huevos, los tomates, las hojas verdes y frescas, el café y sobre todo los panes,transformaron la mañana de un lunes cualquiera en el comienzo de un día trascendente.

Después de conversar mucho rato les pregunté sus nombres: Ile, Mari, Itzia y Pau. Venían de Guadalajara, aunque Mari e Itzia eran de Michoacán.Trabajaban en aseguradoras, excepto Pau que es contadora, por lo que inferí que eran todas buenas con los números. ¿En cuánto daría nuestra cuenta?

Además de compartir panes, comparamos impresiones sobre museos, iglesias, mercados y restaurantes en Oaxaca. Itzia se aseguró de tomar una foto en grupo. Fue la primera de muchas. De ahí en más, nos hicimos compas de viaje.

Me contaron que esa noche tenían reservación en la Mezcaloteca, un bar para la degustación de mezcales artesanales.

—¿Y puedo acompañarlas?

—No, te estamos contando para que lo sepas no más—respondió Itzia y se rio. Yo me reí de mí mismo y me sonrojé. Quedamos para esa noche.

Cuando llegué nuestro anfitrión, Rafa, ya había iniciado su explicación sobre las especies del maguey o agave, las regiones donde crece cada una y la forma en que se cosechan y procesan hasta producir el mezcal. Mari me puso al día sobre el asunto y pronto iniciamos la degustación. Rafa nos explicó cómo identificar mezcales tradicionales, por ejemplo, por el perlado al agitar la botella y por el olor a maguey cocido al frotar una gota de mezcal en la piel. Además, aprendimos sobre las características visuales, táctiles, gustativas y aromáticas de los mezcales.

Degustamos seis variedades. A mí me conquistó el mezcal verde del maguey karwinskii. Se llama así pues un botánico mexicano lo nombró en honor a su maestro polaco. El aroma del karwinskii era sencillo y directo y su sabor amarguito. Produjo un incendio de alegría en mi ser.Soy minimalista. Los sabores y aromas muy complejos, especialmente con notas dulces, no me agradaron. No bebí hasta el fondo todos los tragos de esos mezcales, así como Ile y Mari disfrutaron unos más que otros. Itzia en cambio los disfrutó todos. Pau también, aunque más calladita. Me latía que era más bien reservada.

El detalle fue que la riqueza alcohólica mínima del mezcal debe ser del 45%. Así que, en palabras de Mari, “salimos volando” de la Mezcaloteca. Muertos de risa bajo la noche oaxaqueña,caminamos hasta el restaurante Los Danzantes. Nos sentamos en el patio al lado del estanque donde crecía un árbol de plátano. Para recuperar la sobriedad, compartimos de entrada un pulpo a las brasas tan suave que casi se deshacía en la boca. Luego saboreamos platillos de mariscos, pescados y carnes. Ile y yo estábamos indecisos entre el atún sellado con quinoa acompañado de salsa de ajo rostizado, chips de camote y aderezo de chilhuacleo la pesca del día con mole amarillo, costra de chichilo y verduras salteadas. Así que yo pedí el atún y ella el pescado blanco para probar ambos platos. Cada uno resultó una fiesta de sabor.

Hacia el final, un desacuerdo sobre el postre por compartir creó una sutil tensión entre las chicas. Yo mantuve mi postura diplomática neutral, como buen costarricense, aduciendo que sólo me gustan los postres cítricos y no los había en el menú. A la postre, pidieron juntas el pastel frío de queso. Como no les satisfizo el sabor, pidieron el segundo postre en contienda. No recuerdo si fue el flan de queso cabra o la cascada de chocolate, pero sé que les gustó.

Todos quedamos felices. Entre una cosa y otra, nos habíamos contado un poco de nuestras vidas. Pedimos la cuenta e hicimos números. La suma de la amistad ya daba cuatro amigas más uno.


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