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fabian soberon
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Cuba sin Gloria

A Bruno Soberón León

La mujer se llama Gloria, es alta y gruesa, y da clases de historia. Aunque ella no ha viajado a la isla, apasionada, les habla a los alumnos de la revolución. Las amigas le dicen Glo, como si se tratara de una gota grande y pesada. Gloria vive con su gatito en una casa con patio en la zona de tribunales. Soltera, un poco triste, enseña en el colegio secundario más popular de la ciudad. En una fiesta de fin de año, una compañera del trabajo, con la intención de ayudarla, le presenta un cubano llamado Víctor. El hombre le cuenta esa noche, al lado de los lapachos, que necesita casarse para obtener la ciudadanía argentina. A Gloria le brillan los ojos, como las estrellas de la noche que se hace larga en un café del centro. Gloria se entusiasma y accede; rápidamente se casan. Como el matrimonio es una ficción con un fin utilitario, ambos viven en casas separadas. Víctor no conoce nada de ella y Gloria lo invita a cenar con la clara intención de intimar. Víctor le cuenta, en el patio lleno de polvo, que es un boxeador amateur que se gana la vida como albañil. Ella prepara una tarta de choclo y él come como un condenado. Gloria está convencida de que podrá seducirlo pero ni bien terminan la cena él se levanta de la silla y se despide sin decir gracias.

Una tarde, Gloria lo busca en el complejo deportivo. Víctor golpea una bolsa pesada, desganado. Se prepara para un torneo el fin de semana. Víctor no la ve y ella lo espera durante una hora. A la salida toman un café en el barrio. Víctor le avisa que está juntando dinero para volver a Cuba. Ella se queda azorada. No entiende nada, le dice que ella creía que vivirían juntos. Víctor se echa para atrás y casi se cae. Él la ve como una amiga de su querida madre cubana, una mujer cariñosa y amable, alguien que podría coserle las medias en las noches de invierno. Gloria le pide que se quede. Víctor se niega. Esa noche se despiden sin abrazos ni besos, solo se aprietan las manos. Esa madrugada, Gloria se queda vestida en la cocina esperando encontrar una solución. Percibe que la única llama de una incipiente ilusión se desvanece. Levanta su bolso y se dirige a la escuela a dar clases.

Víctor habla con el jefe de la obra y le avisa que dentro de un mes se vuelve a Cuba.

Desahuciada, Gloria lo llama por teléfono. Víctor le explica que un imperativo lo obliga a regresar. Ella se ofrece como compañía. Él se resiste y ella insiste. A pesar de los contratiempos, se suben juntos al avión.

En la isla, el albañil se escabulle de Gloria. Ella recorre La Habana en unas pocas horas y lo busca, como si fuera lo último que podría hacer en su existencia. Víctor deja indicaciones a su hermana para que la despisten. Gloria habla con Susana y le exige que le cuente el paradero de Víctor. La hermana, fiel a Víctor, solo dice que él odia la revolución y que ha vuelto solo por la melancolía que tiene los cubanos en el exilio. Gloria, desesperada, indaga en diversas playas, incluso pregunta por él en una obra en construcción.

Víctor viaja a la ciudad de Cienfuegos. Lleva víveres y ropa para sobrevivir durante un tiempo largo. Se instala en una pensión en las afueras de la ciudad con la actitud del que parte a la guerra. Está dispuesto al encierro y a la existencia azarosa del clandestino.

Una semana después, Gloria paga la habitación de un hotel arruinado. Durante seis meses indaga vanamente en los posibles pasos del boxeador. No halla nada. Víctor se ha convertido en un fantasma vivo.

La visa de Gloria se vence y la policía la descubre sin documentos en una requisa habitual. La deportan. Cuando se sube al avión, Gloria piensa una idea que después se la cuenta a la compañera que le presentó a Víctor. La maestra la difunde en la escuela y la frase corre como pólvora: “Cuba es un fracaso. Ahuyenta a las mujeres honestas que siguen su amor y genera melancolía en los cubanos que ya no creen en la revolución”.


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