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daniel campos
Photo by: Jack Wallsten ©

Cuatro «hasta prontos» ticos

Después de muchos años fuera de Costa Rica, gracias a una beca de investigación había tenido la oportunidad de pasar nueve meses en mi país natal. Pero había llegado el tiempo de las despedidas pues debía regresar a Brooklyn para iniciar el semestre en setiembre. Sin embargo, ya no me sentía como un emigrante sino como un caminante de sino peripatético que va y viene entre tierras, sociedades, mundos. Por ello viví las despedidas como “¡hasta prontos!”.

Último lunes de Merecumbé. Faltan a clase de baile bastantes de los compas más cercanos. Pero bailo un merenguito con doña Rosa, una salsita con su hija Andrea, piezas de bolero con compañeras nuevas y, para cerrar, un swing criollo con Rosita de nuevo. Al final de la clase Rosita le dice a nuestra instructora, Cris, y a todos los compas que es mi última clase por ahora. Yo no quería decir nada para no despedirme. Quiero sentir que regresaré Costa Rica en “dos toques”. Pero todos me desean que me vaya bien. Y Rosa y Andrea me abrazan. La mamá dice que le voy a hacer falta en las clases, la hija que se alegra de haberme conocido.

—Bueno, pero ahorita vuelo —le digo.

—Sí, pero las cosas hay que decirlas en el momento —me responde.

Les doy gracias y me despido sereno, con esperanza de bailar con ellas en la fiesta de fin de año de Merecumbé. No avanzaré en el aprendizaje, pero intentaré mantener el ritmo. ¡Rosita y yo ya nos estábamos soltando tanto al bailar juntos!

Viernes. Reunión de excompañeros de la escuela. Antes de regresar a Tiquicia no había visto a ninguno por muchos años. Pero en estos nueve meses nos hemos reunido varias veces para hacer fiestas, ir al teatro, salir a tomar algunas birras y tomar café en casa de nuestro gran amigo JuanPa. He reconectado con ellos gracias a Moy, nuestra admirable actriz y directora de teatro. He congeniado muchísimo con ella y con Caro, compa tico-brasileña de madre mineira. Pero todos son buena gente y a todos los quiero por haber compartido la infancia. Éramos de escuela pública, de la México. Mis compas siguen siendo humildes y acostumbrados a tratar con gente de todos los estilos y de todas las clases sociales. Esta vez llegamos diez a la casa de Lau. Entre vinito y boquitas vamos sacando “pachos” viejos, inventando cuentos de los rollos entre las parejillas de «novios» de escuela y poniéndonos al día con la vida. Harold canta covers de baladas ochenteras como si fuera profesional del karaoke, Caro y yo bailamos salsita, todos conversamos. Nos da la madrugada y nos daría la mañana si fuera por las ganas. Pero Lau tiene chiquitos y todos tenemos sueño. Ya tenemos fecha para festejar el fin de año, así que la despedida es tranquila.

Sábado por la tarde en Tárcoles. Acostado en una de las hamacas de la terraza de La Libélula y más dormido que despierto, oigo lejanas las voces de mi Tata, mi mamá y Xinia. De vez en cuando conversan entre el canto de soterreyes. En realidad están cerca pero la modorra me envuelve en un manto de semiconsciencia. Finalmente me entrego al sopor plácido y me duermo. Mi corazón disminuye su ritmo. ¡Qué delicia! Espero dormir de nuevo en esta hamaca cuanto antes.

Día de la Madre. Vamos todos juntos a casa de mi abuelita Luz. Mi tía Zayra llega con dos lasagnas deliciosas, una de pollo y otra vegetariana. Mi mamá ha preparado una buena ensalada, variada de ingredientes. Mi hermana Anto encargó arepas colombianas veganas: arepa de maíz rellena de plátano maduro, arepa de zanahoria rellena de frijoles molidos, arepa de espinaca rellena de hongos. El postre es un pastel de limón sin azúcar ni lácteos. ¡Diay, hay restricciones dietéticas! Celebramos a mi abuela, mi mamá y mi tía y conversamos a gusto tíos, primos, nietos. Estar tan cerca de mi familia por tantos meses había sido una bendición anhelada por mí por mucho tiempo. Quise que fueran más meses, más tiempo juntos, quizá más permanente la cercanía. Pero mi sino peripatético me ha señalado otro camino, al menos por ahora. Lo acepto en paz. Espero regresar a casa pronto. Y sé que ellos me esperan. Me despido de mi abuela Luz sin melancolía. Sus ojos están alegres y vivaces y me desea felicidad.


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