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¿Cuantos por persona?

CARACAS: Nunca me ha gustado hacer mercado. Siempre he detestado esa obligación apremiante de los sábados o los domingos y he luchado para alejarla con todo pretexto, postergándola hasta lo imposible… He sobrevivido –claro, cuando no tenía a mi hijo- ignorando los gritos desesperados de mi despensa desguarnecida; volteando, indiferente, la mirada frente a las gavetas desoladas de mi nevera donde agonizaban, abrazados tiernamente, el último tomate arrugado junto a la única manzana podrida…

Pero la necesidad obliga y entonces, heme aquí, empujando con desgano mi carrito vacío, con mi lista hecha de prisa y guardada en el bolsillo, por si acaso algo se me olvida. Y mientras recorro concurridos pasillos y oigo a mi alrededor el murmullo de los otros clientes afanados, pienso que un carrito del supermercado puede decirnos mucho de quien lo lleva y asumo que ese juego de la imaginación es lo único que siempre me ha fascinado de esta repetitiva tarea.

Miro a mi lado e intuyo, por las cervezas y las salchichas, que el señor a mi lado preparará una parrilla e imagino esa reunión ruidosa de amigos y familiares; respiro el olor de la carne asada y oigo las risas y las conversaciones alegres.

Me roza, de pronto, una mujer gordita y veo que carga una gran cantidad de chucherías. Pienso que seguramente es una mamá que ha cedido a las demandas de los chamos, complaciéndolos con galletas, cotufas, papitas y todas esas chucherías con que se embasurarán viendo televisión en sus tardes de ocio…

Frente al estante de las verduras está una flaca espigada, escogiendo los brócolis más frescos y las más verdes espinacas, buscando las naranjas para el jugo natural y prosiguiendo su paseo entre los envases de yogurt descremado, cereales dietéticos y productos integrales. Si, es ella, la obsesionada por la dieta, el deporte y la vida sana. Seguro que después del mercado irá al gimnasio, pues ya está preparada, con su lycra pegada y sus zapatos deportivos…

La mira con insistencia un hombre joven. En su carrito atisbo productos congelados, salsa lista para pastas, sobres de sopas chinas… Es un soltero, no hay duda…

¡Cómo hablan, pues, esos carritos! ¡Cuánto dicen de nosotros, de nuestros gustos, de nuestras carencias…! En ese mercado semanal se desgrana nuestra vida, con sus costumbres, con sus necesidades, con la infinita secuencia de gestos y rituales repetidos y necesarios. Comer, limpiar, lavar la ropa, recibir a los amigos, consentir a los hijos, satisfacer un capricho, espantar la soledad de un domingo por la tarde…

Al menos, así era… antes, cuando hacer mercado significaba realizar un oficio rutinario y tal vez algo aburrido, mas no esta suerte de delirio colectivo en que se nos ha convertido, ahora, el abastecernos! Ahora no hay diferencias, ni espacios para la imaginación, ni suposiciones fantasiosas. Los carritos se han uniformado, como la gente, dominados por esta escasez que nos atormenta y tiraniza y el contenido ya no habla de nuestra intimidad, sino que es el mismo para todos. Todos cargan, tristemente – y cuando hay – los mismos artículos regulados. Arroz, harina pan, leche, mayonesa, detergente son bienes raros y ansiados.

Una sola pregunta insistente recorre los pasillos y rebota de boca en boca: “Cuantos por persona?”

Aún me cuesta creerlo. Pero es cierto. Ya no somos libres de comprar lo que quisiéramos.

Los carritos hablan, es verdad, y ahora nos escupen en la cara cuentos de injusticia y racionamientos; de vacío obligado, abuso y humillaciones, de resignación impotente y peligrosa rabia contenida.

Nunca me ha gustado hacer mercado, ya lo dije, pues ahora de veras lo detesto y miro con incredulidad y dolor furibundo las colas infinitas, eternas, que se desenroscan alrededor de los supermercados, con su color indefinido y uniforme, con su olor a entrega sumisa y su sabor amargo a inexorable derrota.


Photo Credits: Dez Creates

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