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mariana zinni
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Cuando la literatura ayuda a empezar a sanar

Hace un par de semanas atrás presenciábamos una dramática escena, el testimonio espeluznante de Thelma Fardín, una joven actriz argentina, quien, llorando y sentada a los pies de la cama de lo que parece ser una habitación de hotel tenuemente iluminada de azul, cuenta cómo fue violada a los 16 años por Juan Darthés, un colega actor y único mayor de edad de la gira latinoamericana del exitoso programa infanto-juvenil de TV Patito feo, en un hotel de Managua, Nicaragua. La denuncia trajo aparejada un fuerte debate donde no solo se puso en interdicción su testimonio, sino que, costumbre inveterada en este tipo de situaciones, se revictimizó a la víctima intentando recabar detalles escabrosos, maneras de vestir, de caminar, de sonreír, estudiando poses y gestos en fotos de la época, o análisis pseudopsicológicos en los cuales se le preguntaba por qué tardó diez años en hablar. El caso comenzó a ser referido con la efectiva etiqueta de twitter #miracomonosponemos, en relación con la frase que el actor utilizara en distintas situaciones de violencia sexual.

En medio del maremágnum discursivo, Fardín recordó que uno de los disparadores de la denuncia, mejor dicho, del trabajo interno que la llevó a hablar finalmente de este episodio tan doloroso de su pasado, fue la lectura de un texto escrito por Belén López Peiró, una joven periodista de 26 años que hizo su debut en las letras argentinas con Por qué volvías cada verano, donde narra los abusos que sufriera por parte de su tío, un comisario de la policía provincial, en un pueblo, Santa Lucía, donde pasaba los veranos. Los abusos ocurrieron entre sus 13 y 16 años, y una década más tarde se anima a plasmarlos, en medio de un ejercicio de taller literario, en este texto de difícil clasificación, ya que si bien es testimonial y no ficcional, está escrito con recursos literarios que lo acercan a la forma de la novela. Recordé que había leído durante mi estadía en el invierno austral en Argentina, casi apenas recién publicado, lo busqué en mi biblioteca, y ante esa literatura urgente, de coyuntura, decidí escribir estas líneas.

Por qué volvías cada verano, esa fue la pregunta que le hizo su tía, esposa del abusador, tratando de minar su testimonio, de poner la mira en la niña, de tapar un abuso intrafamiliar y sostenido en el tiempo. El resultado, un texto crudo y valiente, polifónico, donde se oyen distintas voces –la de la misma Belén, su madre, su tía, su prima, el fiscal, el tío abusador- y en el cual se juega con distintas grafías para mostrar las instancias atravesadas por esta subjetividad destrozada, vulnerada, que intentará armarse de a poco en y por la escritura. Un texto de montaje fracturado, en el cual se incluyen, con otra tipografía y su particular lenguaje, escritos judiciales y forenses, para que el lector se enfrente también a esta lengua fría y aséptica, distante, enmarcada incluso en otra espacialidad, suerte de diacronía que reactualiza permanentemente la situación. Un libro donde además se construye de a poco el contexto del abuso, mejor dicho, del contexto que hace posible el abuso, y al que hay que poner en evidencia, para desarticular la red de impunidad y eventos que protegen al abusador en el ámbito del pueblo. En suma, un libro en construcción de un caso penal –los sucesos se remiten a una instancia judicial que comienza en 2014 y sigue en proceso-  y de una subjetividad rota, que empieza a sanar de a poco con la escritura. “Hice justicia con el libro”, dice la autora en una entrevista.

Así, en este deseo de transformar la violencia en escritura, sentimos la sensación de ahogo física y emocional que transmite el texto, sensación que López Peiró recuerda como la que le producía el tener el cuerpo de otro encima, de ese otro que es su tío, quien tiene una hija de su misma edad, una posición social y un nombre en el pueblo, del que nadie parece sospechar en principio, y que espera la resolución judicial del caso jubilado y en libertad. Tenemos entre manos un relato crudo, puesto que suavizarlo, como le pidieron a la autora, utilizar eufemismos y medias palabras no sirve, bajarlo de tono equivale a justificar el abuso, de correr el eje del abusador a la víctima, de escudriñar en caminos secundarios, apartándonos de la ancha vía de la violencia, como sucediera en estas últimas semanas con el caso Fardín.

Si a López Peiró le preguntaron “¿por qué volvías cada verano?”, a Fardín le preguntaron por qué sonreía, por qué celebraba, por qué viajaba, por qué, por qué, como si las preguntas fueran necesarias para establecer un lugar desde dónde comenzar a analizar una situación que no tiene contraparte, sino que se presenta en toda la crudeza unilateral del abuso. Como si hubiera la necesidad de desnudar(se), de interrogar(se) en la denuncia policial y en las entrevistas en los medios de comunicación, porque la ley, la televisión, necesitan detalles para creer.

Movilizada profundamente por esta situación, y al releer la valiente prosa de López Peiró en estos días, volví a pensar en cómo la literatura, a veces, ayuda a comenzar a sanar, a descubrir las heridas que se creían borradas, a poner en relieve las cicatrices que se quisieron ocultar debajo de un maquillaje que se derrite de buenas a primeras. Cómo la literatura nos presta herramientas para pensar y para pensarnos, palabras para nombrar, voz para gritar. #miracomonosponemos.


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