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axel castillo
Photo by: rimse.nefert ©

Crónicas distópicas: Los boicoteadores

El profesor Tulio Obregón salió del trabajo caminando rápido para tomar una unidad de transporte. Mientras metía sus manos en los bolsillos para ir tanteando los billetes, sus ojos salidos de pájaro comenzaron a pescar las camioneticas que pasaban rápido o se detenían por muy poco tiempo en el lugar, justo al frente del plantel. Por supuesto que evitando a los estudiantes con su medio pasaje reglamentario o a los presuntos malandrines que suelen atracarlos por esas horas. Venía pensando en los reiterados hurtos de los equipos del laboratorio de química, física y biología. Sin duda alguien se estaba guisando unos buenos reales, pero Tulio descartaba a sus propios colegas o al resto de los trabajadores de la institución. Porque en el fondo, todos eran dolientes. La gran mayoría tenía a sus hijos, sobrinos o nietos, estudiando allí. Pensó, mientras sus pupilas traspasaban divertidas los cristales del bus, mirando las pechugas de las diosas que transitaban por la calle, que no tenía la menor duda de que el robo había sido perpetrado por obra y desgracia de un grupito de estudiantes. Ya los tenía bien fichados con apodos, nombres y apellidos, en un receptáculo maloliente de su mente. Se rascaba la cabeza pensando cómo habían logrado durar tanto tiempo vegetando en sus clases. Pero luego los cables de su cerebro dieron un chispazo: Por supuesto, todo era culpa del sistema nacional de enseñanza, una vaina tan permisiva así… El elefantico rosado que odiaba la vieja escuela e instaba que todos los chamos debieran aprobar sin excepción. De lo contrario, la culpa recaía en el eslabón más débil: el profe, qué vaina tan seria. Entonces volvía al tema inicial… es que hasta se rasparon los químicos, las bestias esas, y los otros materiales también… los que pagamos varios colegas de nuestro propio bolsillo. ¡Qué ratas! ¡Cómo se les ocurre robar en esta vaina! Es como si estuvieran atracando su propio futuro. La foto que le tomaron al salón después del despojo, se parecía, sin exagerar, a las edificaciones desmanteladas después de la segunda guerra mundial.

Era un hecho. Se trataba de una banda harto conocida. Sus miembros estaban entre los cursos de tercero y quinto año, claro, en las secciones más altas. Con los repitientes y los mala conducta. Los compañeros de Tulio, los identificaban como los boicoteadores de clases, o los que dañaban a los demás alumnos con los estupefacientes que les vendían, aprovechando sus crisis. Esas depresiones que suelen darles a los adolescentes cuando creen que nadie los quiere o los acepta. Era ya del dominio general, que podían encontrarse consumiendo cannabis, entre las dos y cuatro de la tarde, en los sitios más solitarios del plantel o en los mugrosos baños. Pero eran prácticamente intocables. La directora los protegía a cambio de un respaldo incondicional, ante cualquier situación o enfrentamiento con la comunidad educativa. No era pendeja. A pesar de la mala fama, los chamos podían mover la masa estudiantil a su antojo. Pero tras la denuncia que uno de los docentes formulara a la policía, fueron detenidos, aunque sólo para interrogatorio. Como se presumía, los soltaron a las horas, supuestamente por no encontrarse indicios incriminatorios, y porque no se les podía violar su derecho a la educación. Pobrecitos. También sostuvieron que los adolescentes no podían ser tan malos, ya que eran voceros estudiantiles, y además, con fuertes vínculos políticos. Recomendaron que los llamaran en el momento que los muchachos estuvieran fumando marihuana o vendiéndola, para ellos ir y sorprenderlos in fraganti. Cosa por demás imposible porque las patrullas siempre llegan con mucho escándalo y ellos no son tan pendejos como para no dejar a alguno afuera, escaneando la zona.

Las dos manazas de Tulio apretaban los sujetadores de la camionetica por puesto, cuando a través de los cristales, vio a la bandita de estudiantes correr hacia él desde la calle, con las armas en las manos. !Párate chofeee! El profesor Tulio le mentó la madre mentalmente al chofer cuando lo hizo, pero con la misma salió disparado como por un mecanismo insospechado de auto preservación. Embistió a uno de ellos que subía justo en ese segundo por la compuerta del autobús. Pero no lo persiguieron, ya que el verdadero objetivo de la banda era robar la unidad. Caminando en la acera, y ya tratando de respirar con normalidad, Tulio pudo deducir que los delincuentes no habían descubierto la identidad del que los había denunciado. De lo contrario, estaría muerto.


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