Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Ainoa Inigo
Photo Credits: Brian Felix ©

Crónicas del amor líquido

Las calles de Nueva York suenan a Lou Reed y a su “Walk on the Wild Side”.

La ciudad te regala su prisa, un número telefónico en letras rojas apuntado en un papel, miradas furtivas en el vagón de un tren atestado de gente, amores insurrectos, volátiles, desarraigados, que se estrellan contra el puente de Brooklyn o son tragados por las olas de Rockaway Beach.

A veces toca ir a tirar piedras al Hudson River, subirse a una bicicleta, quedarse mirando a un gorrión o tumbarse en una vieja banca de madera para recuperarse de la impune colección de despedidas. Y en cualquier avenida, cornisa de edificio, sombra de rascacielos, te encuentras de golpe con la soledad y te conviertes transitoriamente en su reflejo.

En los juegos contra el tiempo cada uno trata de inventar antídotos, triquiñuelas, para sobrellevar ese espacio vacío y sostenido que sin darnos cuenta se nos va atrincherando adentro.

Acabo de llegar a un café en el Lower East Side y me he encontrado con Luana. Ella no cree en las citas a ciegas. Su psicóloga, preocupada por su recurrente tristeza, le ha sugerido que abra una cuenta en Meetup, una plataforma de redes sociales creada para salir con gente en grupo. En la pantalla de su computadora descubrimos un desconcertante mundo de posibilidades: Budistas, vegetarianos, futboleros, salseros, bachateros, ateístas, montañeros, divorciados, programadores, metafísicos, teatreros, amantes de los juegos de mesa, de la cerveza, de lo sublime del arte y de las letras. Hay clubs de lectura, de meditación, de fotografía, de senderismo, de tímidos con ansiedad social. Un tal Shungaboy presenta a un grupo cuyo motivo principal de reunión es el nudismo masculino. Se juntan para dibujarse y posar, alternando roles, y sus únicos requisitos son tener rasgos de hombre y que tu olor no sea extravagante: para poses no sexuales aconsejan que no te muevas y si es una pose sexual, algo de movimiento está bien siempre y cuando no sea un performance. Se anima a los participantes a que prueben posturas sexys. Para jóvenes artistas, entre 18 y 29 años, el precio sugerido es la mitad que para el resto.

La tesis de Jimena incluye un apartado sobre la posmodernidad y su carácter fragmentado. La vida es una eterna despedida, sugiere Zygmunt Bauman en Amor líquido. La fragilidad y la fugacidad caracterizan a las relaciones personales y las condenan al fracaso. Todo gira, todo se mueve, todo pasa, lo único que permanece es la soledad.

Hace cinco meses que Jimena tiene pareja, la conoció en la biblioteca de la universidad y ya están viviendo juntas. Para apoyar su hipótesis sobre el amor posmoderno y su transitoriedad decide abrirse una cuenta falsa en OK Cupid. Cree que ver cómo funciona le ayudará a escribir su disertación o al menos le dará una nueva perspectiva. Esta aplicación alega que usa algoritmos matemáticos para conectar a personas afines y tal afirmación despierta su curiosidad. Por supuesto que no piensa utilizarla, solo quiere entender sus mecanismos. En breve Jimena se transforma en un personaje ficticio, Paquita Pérez: tiene 32 años, busca a mujeres y vive en Brunswick. Ha usado como foto de perfil la de una prima lejana que vive en Ciudad de México y se ha inventado respuestas peregrinas a preguntas como éstas: ¿Fumas? ¿Con qué frecuencia bebes? ¿Te importa el signo zodiacal? ¿Saldrías con alguien desordenado?, ¿Y con alguien que use drogas? ¿Eres normal o raro, pasota o intenso? ¿Prefieres un beso en París o en una tienda de campaña?

Estupefacta, Jimena ve aparecer, sin orden alguno y en procesión, rostros de chicas de su edad y siente que su cuerpo comienza a temblar al reconocer, entre caras anónimas y desconocidas, la de su más reciente y único amor.

Matilda acaba de separarse, su matrimonio apenas duró un año y medio y su abogada le aseguró que en unos meses estaría divorciada. Sin hijos ni nada en común todo debería de ser rápido, ni siquiera haría falta volverse a ver las caras. Un par de emails con la información necesaria, una firma y todo sería historia. Camino a su casa un tipo blanco y flaco, con ojos claros, la aborda. Cruzan unas cuantas palabras y se intercambian el email. A los cinco días se reencuentran en la calle 64 y la primera avenida. Entran en una heladería y él la invita a una tarrina. Se sientan en una banca y el susodicho le dice que es médico, que trabaja en el Bronx. De repente y sin previo aviso, Matilda no puede evitar fijarse en cosas que le desagradan del individuo y todas ellas aparecen agrandadas, magnificadas, como si una lupa gigante se hubiera instalado entre los dos. Es superior a ella. Solo ve las manchas y lunares de sus brazos, unas piernas peludas y rosadas, sus ojos acuosos y sin expresión. El tipo trata de acercarse y ella, sin darse cuenta, se va deslizando cada vez más lejos, hasta el otro extremo de la banca. En un momento de espanto el tipo extiende su brazo y Matilda piensa horrorizada que tal vez trate de abrazarla. Ella se mueve hasta la parte delantera del asiento, lo más lejos posible del respaldo y de él. Prefiere no mirarlo más porque presiente que cada vez que lo haga va a descubrir otra imperfección y la va a agrandar hasta el infinito aunque no sea esa su intención. Es como si de ella se hubiera apoderado una mirada implacable y desalmada. Transcurren tan solo cinco o diez minutos, que se han hecho eternos, y de repente el doctor se levanta y arguye que al día siguiente tiene que trabajar temprano y que necesita regresar a su casa ya. Ni siquiera se han terminado el helado cuando él se va aceleradamente.

Matilda no ha podido moverse, se ha quedado paralizada en el mismo lugar, mirando a unos niños jugar en unos columpios mientras piensa en lo absurda que resulta a veces la existencia.

Es final de verano y la radio y televisión anuncian que se avecina un huracán a la ciudad de Nueva York. Es hora de regresar a casa. Algunos se encontrarán en ella con su peor enemigo, otros comprarán galletas de chocolate, alcohol, o cualquier otra pócima que les ayude a sobrellevar los dos días de encierro que las emisoras predicen. Desde mi habitación veo pequeñas ventanas, ojos minúsculos, y adivino que al otro lado del cristal habitan seres solitarios y perdidos, todos nómadas, todos hijos del desarraigo, hermanos todos de la desolación, víctimas del desamor.


Photo Credits: Brian Felix ©

Hey you,
¿nos brindas un café?