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Photo by: Matt Guffey ©

Crónicas de Worcester: Yo, que soy una de ellos

¿En dónde llevo el corazón? A veces no lo encuentro en el pecho. Se desprende y recorre los pasillos, los rincones de los salones donde antes se han discutido temas de interés, se han visto noticias –porque las noticias hay que verlas— o se han echado chistes –porque hay que echarlos y divertirse también—.

“El 14 de febrero es mi cumpleaños”, me dice una estudiante que conozco desde hace cinco semanas aproximadamente. La felicito por adelantado y le deseo una linda celebración. “El 14 de febrero invitaré a una persona a salir”, continua con su conversación. Me quedo en silencio por unos segundos. Siento que es muy pronto para que me confíe esas cosas pero me emociona compartir su secreto. Sonriendo le deseo suerte y me voy con una llamita de dulzura saltando a mi alrededor.

Busco por todos lados, no consigo el corazón, se me quedó en el salón con la estudiante que se enamora.

“¿Usted es de Venezuela?”, le respondo asentando la cabeza y la miro intrigada por su alegría repentina. “¡Yo también!”, le brillan los ojos cuando me mira y me da la noticia. Me contento yo de saberlo, de verla a ella entusiasmada. “Qué chévere saber que aquí hay una profesora venezolana”. Comprendo su alegría aun más cuando descubro que solo lleva un poco más de un año en Worcester y ya se ha interesado incluso en tomar clases en la universidad. La energía luchadora emana a través de cada uno de sus cabellos. Me regocijo al pensar que con mi presencia la empujo a que siga adelante.

Los muchachos de high school que me tocaron este semestre encienden una velita frente a mi apagada esperanza. Tienen arranque, disponen de pensamiento crítico, hacen comentarios lógicos. Entramos en discusiones profundas y amenas. Nos reímos. Discutimos con los autores y con los personajes. Es una clase de ficción latinoamericana del siglo XX. El realismo mágico nos atrapa, las técnicas literarias innovadoras nos envuelven.

“Profe, ¿me extrañó?”, me pregunta un estudiante después de haber faltado a una clase. Le sonrío y le digo que por supuesto. Sus comentarios capciosos sobre la muerte de todos los personajes de las historias que escogí para clase nos hicieron falta. Todos reímos. Él se sonroja un poco cuando confiesa que también extrañó la dinámica de la clase. La gripe tiene la culpa de todo.

Cuando camino a esa clase me pesan un tanto los pies, siempre llego después de un día largo. Todos los días son largos. Nos reunimos tarde para que ellos puedan salir de su high school y llegar al campus sin problema. Con éxito obtendrán crédito universitario que les servirá una vez comiencen su carrera. Cuando salgo de esa clase me siento ligera, un bálsamo elimina la pesadez en mis pasos, siento que hay una razón para hacer lo que hago, siento que mi lugar es el aula y los ojos de mis estudiantes.

“Mi mamá no me puede llevar. No podemos salir de la ciudad”, me comenta una estudiante a seis semanas de conocerme. Comprendo en un segundo su realidad, me da más detalles, entiendo que por razones que ella no puede controlar no tiene las opciones que otros tienen. No puede solicitar financial aid, no puede obtener una licencia de manejar, no puede estudiar la carrera específica que ella quiere porque sencillamente no se ofrece en Worcester y no hay manera de que se traslade a otra ciudad. No puede, no puede. Una vida llena de no puede. Comprendo que mi corazón se quedará allí, que no tengo yo la astucia para arrebatárselo a ellos, que con mi corazón expuesto les brindo una gota de amistad y les tiendo la mano.

Todos son fruto del desplazamiento. Son inmigrantes o hijos de inmigrantes. Llenan su boca de palabras en idiomas diferentes al inglés. Se conectan conmigo porque yo también soy inmigrante y hablamos el mismo idioma. Este es un idioma que revienta las neuronas, que se percibe como amenaza, que nos pone una etiqueta automática. Todos somos personas de color. Sus ojos irradian una luz que evoca unas ganas de aprender enormes; esos ojos me miran, a mí, que soy una de ellos.

Comprendo por qué el corazón se queda enganchado en los rincones del salón. Lo dejo allí. Le digo que vuelvo pronto, por él y por todos los demás.


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