Esto no es nada.
Lo repito y me lo creo. Es la verdad. Cuando escuché al ginecólogo decirme que el tumor era benigno sentí los hombros caer y el estómago vaciarse. Le habían llegado los resultados de la biopsia y quería informarme que el siguiente paso era ver a un cirujano para seguir adelante.
Ya he pasado por esto.
Con tres cirugías entiendo lo que viene. Habrá que sacar el tumor del seno porque aunque es benigno no debe quedarse allí adentro. Pienso en todo lo que me dijeron antes de tener hijas: si das de mamar tus senos se van a curar. Amamanté de forma exclusiva a mis tres niñas y aquí estoy, de vuelta con un cirujano. Sin embargo, no me quejo en lo absoluto. Tengo senos problemáticos, es todo. Al mismo tiempo pienso que la lactancia me ha ayudado de cierto modo a no tener nada durante aproximadamente nueve años. Ahora tengo otro tipo de tumor, no es un fibroadenoma como los que me han sacado antes, sino un papiloma intraductal. Se llama así porque está alojado en un ducto de leche. La cirugía y el posoperatorio, sin embargo, me los imagino igual a los anteriores. Muy rápido me doy cuenta que no es así.
Me van a meter una especie de cable en el seno.
Me retumba en el oído esa idea pero no le doy importancia. Le explico a mi mamá cuando regreso de la consulta con el cirujano. Esto es algo nuevo para mí. La pelota está justo debajo del pezón y es difícil de ver. Justo antes de la cirugía me van a hacer una mamografía y luego van a insertar un cable cuya función es servir de guía para que el cirujano llegue al tumor. La tecnología a veces me sorprende. No me preocupo, el doctor se ve muy confiado, el procedimiento es concreto y fácil. Pim, pam, pum. Listo.
Una enfermera me hará compañía.
Eso me dice la que me atiende en el preoperatorio, ya ingresada en el hospital Saint Vincent. No entiendo muy bien por qué, es una mamografía, luego me meten la aguja con el cable y listo. Es lo que pienso mientras espero en la camilla. Llega otra enfermera y tras darle un beso a Carlos, me lleva en silla de ruedas a radiología. Allí me espera María.
Qué simpáticas son todas.
Tanto María, la que me acompaña, como Teddy, la técnica radióloga, son dulcísimas. Teddy es muy cómica y me echa chistes mientras explica el procedimiento. Resulta que me van a meter el cable mientras me hacen la mamografía. Ese detalle no lo sabía. Entra el equipo completo, la attending (escucho esa palabra y por un segundo pienso en Grey’s Anatomy), que es la radióloga de planta, y dos residentes. Las tres son de la India, eso me hace sentir en casa; en Worcester muchos doctores son de la India. Una de las residentes es quien va a meter la aguja. Y el cable. En total cinco mujeres están en el cuarto conmigo. Me siento un poco abrumada. No parece ser algo tan sencillo cómo yo pensaba, hay mucha gente involucrada. Teddy me comenta que estaré con el seno aplastado por unos veinte minutos. Emito un gritillo de sorpresa pero me controlo. Veinte minutos. Yo puedo.
¿Qué va a hacer María?
Vuelvo a preguntarme. No lo entiendo. Cada una tiene una función y no comprendo bien la de ella. Es una puertorriqueña cariñosa y delicada. Habla conmigo, me cuenta de sus hijos en Orlando, de cómo se mudó a Worcester luego de su divorcio, de que le encanta su trabajo y se siente realizada a pesar de que no ve a sus nietos frecuentemente. Me pregunta sobre mi familia y le cuento, sonrío honestamente. Me cae bien.
Estoy lista.
Comienza todo. Mi seno izquierdo se vuelve una bola de plastilina, totalmente maleable en manos de Teddy. Ella lo estira, lo acomoda, me dice que no puede haber pliegues, que suba el brazo, que no respire mientras toman las fotos preliminares. Luego viene la attending y las residentes, se acercan. La residente encargada me pone la anestesia. Duele mucho. Me pide disculpas al verme quejarme de dolor y acto seguido arremete. Duele más. María está a mi lado derecho y me soba el brazo, me cuenta otras cosas de Orlando, de sus nietos. Me pregunta sobre mi trabajo. Le cuento de mis estudiantes. Sigue el procedimiento (¡realmente es un procedimiento!), la residente mete y saca la aguja e inserta el cable; en esto se pasa mucho tiempo. Todo es muy lento. Siento que sudo, que me voy a desmayar. Lo verbalizo y con una pizca de angustia la attending le dice a la residente que se apure porque hay que estabilizarme. Teddy me dice que no me puedo mover, que si lo hago se mueve el cable y tienen que volver a empezar. María me hace cariño en el pelo, me ayuda a respirar, me seca las lágrimas que empiezan a caer hasta el cuello. Me sacan rápido de la máquina de mamografía y me recuestan. Me ponen un paño frío en la frente. La attending pregunta, “Naida, are you ok?” una y otra vez y debo responder, no puedo desfallecer. Falta poco. Cuando logro respirar un poco más estable, la attending me pregunta si puedo aguantar un par de fotos más. Le digo que sí aunque siento que no. Teddy me pone erguida, María no deja de decirme palabras suaves. Teddy agarra mi seno, María agarra mi mano. Teddy me seca el sudor, María me seca las lágrimas.
En total fueron cuarenta minutos con el seno aplastado.
Le cuento a Carlos que preocupado me recibe en el cuarto de preoperatorio. Teniendo en la mente veinte minutos como máximo, luego de una hora y media estaba nervioso. Lloro un poco y le digo que no fui fuerte pues casi me desmayo justo al final. Tienes derecho a caer por unos minutos, le escucho decir. Cierro los ojos por el cansancio, veo a María y su sonrisa. Siento su mano tibia tocándome la cara y acariciándome los brazos. La escucho decir que lo hice bien, que fui muy valiente. Me siento como una niña y finalmente logro entender el rol de María. Ella estaba ahí para ayudarme a no desfallecer. Recuerdo que esto no es nada y que María me mostró la fuerza que tengo para darme cuenta de ello. Cierro los ojos de nuevo. Ahora espero al cirujano.
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