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naida saavedra
Photo Credits: Aaron Hawkins ©

Crónicas de Worcester: La caja número cinco

Amanecí contenta. Era miércoles.Todavía acostada en la cama miré el techo sonreída a pesar de saber que tenía que ir a buscar la toga a la oficina. Me daba pereza luego de haberse terminado las clases del semestre y de haber jurado que no iría a la oficina hasta la próxima semana. Había traído a la casa los trabajos que todavía tenía que corregir para poder entregar las notas finales porque no quería volver al campus hasta después de la graduación que sería el sábado. Pero tenía que ir a buscar la toga para ponérmela en el acto de grado de los estudiantes, se me había olvidado. Decidí ir a buscarla el viernes. Aun así, estaba contenta.

Seguía con la cabeza en la almohada mientras leía en mi celular un par de noticias de CNN y la BBC, y revisaba las cosas que tenía anotadas en mi agenda para ese día. Alrededor de las seis de la tarde, debía asistir a una cena que mis compañeros profesores y yo les organizamos a nuestros estudiantes graduandos. Es un momento para celebrar, para que los muchachos se relajen, para demostrarles que estamos orgullosos y felices por sus logros.

Me levanté y una vez que alisté a las niñas y las dejé en el colegio me dispuse a corregir un poco y contestar emails. Siempre hay -millones de- cosas que atender y finiquitar al final del semestre. Uno de mis estudiantes que estaba terminando la pasantía y tenía que entregarme un portafolio profesional me mandó un correo enviándomelo. Al responderle y decirle que lo vería en la cena, me contestó explicando que no podría ir. Me contó que ya lo habían regañado por haber pedido permiso para ir a su graduación. ¡A su propia graduación! ¡Un sábado por la mañana! Me dijo que no quería pelearse con los jefes, que no podía perder su sueldo y que agradecía la invitación a la cena y el aprecio que le mostrábamos. Aclaro, antes de seguir, que el trabajo y la pasantía -sin sueldo- no son la misma cosa.

La alegría se me esfumó por un rato. ¡Así no avanza la sociedad! Yo, con mi bandera mental de “La educación es fundamental”, me sentí frustrada al darme cuenta que a alguien no se le ocurre lo mismo que a mí, es decir que si una persona que obtiene un diploma y quiere celebrar con su familia, debe hacerlo para sentirse orgullosa de sí misma y empezar su nueva etapa profesional con buena energía mirando hacia un futuro provechoso que al final va a ayudar a la comunidad donde reside. Pero esa soy yo, pensando que puedo cambiar el mundo.

Respondí algunos correos más y me fui a hacer unas diligencias. Pasé por el supermercado a buscar un par de cosas. Justo lo que necesitaba estaba muy cerca de las cajas registradoras. Mientras estaba comparando precios escuché a un hombre alzar la voz.

-Who cares about your graduation? You have to be here.

-It is my graduation. I am graduating from college!

Me llamó la atención escuchar la frase “¿a quién le importa tu graduación?” dicha por alguien con un tono represor. En dos segundos se disiparon las voces y no supe de cuál caja registradora venía el ruido de la discusión. Volví a comparar precios.

Unos segundos después retornó el aire de ruido.

-I don’t care! Really, who cares about your graduation? You’ll still work here.

Rápidamente volteé la cabeza e identifiqué de dónde venían los gritos. Vi a un hombre vestido con un uniforme del supermercado, el cual le hablaba a la muchacha de la caja número cinco. Ella llevaba el mismo uniforme pero de un color distinto, del mismo color de los demás cajeros. Él la miraba con desprecio y de forma altiva. Ella, aunque intimidada, no bajó su mirada. Sin embargo, no dijo nada más.

En fracciones de segundos di un par de pasos con el objetivo de acercarme. Me quedé mirando al hombre. Me di cuenta que era algún tipo de supervisor. Me quedé mirándolo esperando que le diera la sensación de ser observado y de que volteara la vista hacia mí. Lo hizo. Sostuve mi mirada sin pestañear, sin sonreír, mostrando un gesto de desaprobación y reprimenda. ¡Cállese usted!, le dije con la mirada. Él se dio cuenta de mi intención, se volteó, miró a la muchacha por un segundo y se fue. Quizás iba a reunirse con otro supervisor para despotricar de una cliente loca que lo estaba mirando con ojos de regaño por haber tenido la sutileza de indicarle a una simple empleada que su graduación de la universidad no valía nada y que no tendría permiso para asistir porque al fin y al cabo al otro día seguiría trabajando de cajera allí.

La muchacha me miró y cuando iba a decirme algo se oyó por el altoparlante una voz femenina solicitando dos empleados en el deli. Ella bajó la mirada, se volteó y atendió el llamado; no había clientes esperando pagar en la caja número cinco. Cambié de opinión, ese mismo día miércoles iría a buscar la toga a mi oficina. Quería sentirme lista para la graduación de mis estudiantes. La perseguí con la mirada mientras se iba; por un momento se volteó y me lanzó una pequeña sonrisa.


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