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Crónicas de Worcester: En la Calle Elm

Llegué a eso de las 5:15pm. Pretendía estar ahí mucho más temprano pero la chiquita se me guindó de una pierna y no quería que me fuera. La cargué y la besé varias veces en la frente. Pensé en que el tiempo se pasa volando y en que no podía desperdiciar ni un segundo. Se me cruzó por la mente dejarlo todo, dejar de ser profesora, dejar de escribir, dejar de hacer mil cosas al mismo tiempo porque al fin y al cabo, ¿valía la pena?

Vi el reloj y le dije que tenía que irme. Con los ojos llorosos me abrazó agarrándome del cuello. Me la quité con el corazón arrugado y se la entregué a mi mamá, sentada en la mecedora, con el regazo despejado y dispuesta a acurrucarla para consolarla. Las mayores me dieron un beso y le dijeron a su hermanita que verían los Trolls en la televisión.

Salí de la casa, y agarré el celular mientras caminaba hacia el carro: ya me voy, nos vemos más tarde. Love you, cholo. Prendí el carro y arranqué. No dejaba de ver la gente caminando por las calles, echando gasolina, cruzando el semáforo, pidiendo un café en el Drive-Thru de un Dunkin’ Donuts, mas no dejaba de recordar todas las cosas pendientes en la universidad, artículos que entregar, plataformas de clases que montar en el internet, y demás y más.

Me estacioné, me bajé del carro y comencé a caminar en dirección a la puerta. Me contenté por haber escogido unos zapatos bajitos, estaba cansada. Vi el anuncio del Worcester Historical Museum en la Calle Elm y sentí un fresquito en la cara. Todavía no sé si fue pura casualidad o si realmente me refrescó la mente saber que entraría a esa joya que respira en Worcester.

Entré al museo, saludé con una sonrisa a la recepcionista y seguí las instrucciones que me dio: they are upstairs. Subí las escaleras. En cada escalón sentía que me iba revigorizando. Quizás era el olor del museo, de los objetos que allí descansan permanentemente, o la idea de encontrarme con la gente del Latino History Project of Worcester. El museo solo tiene dos pisos por lo que las escaleras no suponen una larga travesía, sin embargo antes de llegar a mi destino me dio tiempo de recordar el día en que me reuní por primera vez con el comité. Me abrió la puerta Hilda un sábado por la mañana, me saludó Leo con una mirada alegre, Cynthia me regaló una gran sonrisa, Iris me dijo que era un placer conocerme. Recordé la calidez con la que me trataron y el entusiasmo que mostraron cuando hablaron del proyecto. ¡La historia de los latinos en Worcester es rica y no se ha documentado! Yo llevaba solo un año en la ciudad y quería involucrarme en algo local. Me enamoraron en esa reunión, decidí formar parte del equipo; no me importó que nos reuniéramos los sábados por la mañana.

Llegué al segundo piso. Ya todo estaba casi listo. Empezaban a llegar algunas personas. El nacimiento y la pronta muerte del programa de educación bilingüe en Worcester era el tema central. Un jueves por la noche la gente llegaba interesada en saber, por ejemplo, que para este programa de educación contrataban a maestros bilingües como sustitutos, es decir, no les ofrecían un puesto tiempo completo. Eso, por supuesto, traía un gran número de consecuencias negativas tanto para los maestros como para la comunidad. La discusión se dio fluidamente, subió un poco de temperatura en algunos momentos y estuvo alimentada por preguntas y comentarios del público. Me di cuenta que, aunque yo acababa de llegar a la ciudad en comparación con la mayoría de las personas que se encontraban allí, tenía que haber una razón de mi presencia. Quería hacer algo por el lugar en donde estaban creciendo mis hijas. ¡Eso era!

Llegué a eso de las 4:45pm. Era la segunda vez, el segundo evento, la segunda semana. En esta ocasión arribé temprano aunque la chiquita se quedó triste, llorando porque me iba. Quédate, mami, podía escuchar una y otra vez retumbándome en la cabeza. Pensé en sus ojos, los vi en mi mente llenos de lágrimas pero llegué contenta, llena de energía y con una cámara de video en la mano. Estaba dispuesta a grabar la discusión en ese momento, la cual sería sobre los disturbios de Great Brook Valley que tuvieron lugar en 1979.

El salón se llenó. Bill, el director del museo, salió de un cuarto arrastrando sillas para poder acomodar a toda la gente. El panel estuvo conformado por personas que vivieron en ese lugar y que participaron en los disturbios. Fue algo fantástico. Sentí que tenía suerte de estar allí. Al terminar procuré que todos los integrantes del comité del Latino History Project of Worcester nos tomáramos una foto; estábamos juntos en el mismo lugar, haciendo historia por una historia ya hecha. La historia que vivieron ellos en ese momento nos unía a nosotros en este.

Llegué a la casa y la chiquita estaba despierta aun. Vino corriendo y me abrazó. Estaba lista para dormir. La cargué y la llevé a la cama. Le dije que la quería y que estaba orgullosa de ella porque había sido fuerte y me había esperado, triste, pero lo había logrado. La miré mientras se quedaba dormida y se me cruzó por la mente que nunca podré dejar de hacer lo que hago porque al fin y al cabo, vivirlo, vale la pena.


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