Una familia desperdigada. Ese debería ser el emblema de la mía y la de todos los venezolanos. No sé, quizás. Mi realidad venezolana se compone de fragmentos filiales esparcidos por el mundo. Lo que oigo de mis amigos y conocidos hacen eco de lo que vivo en carne propia, entonces es probable que sí, que “desperdigada” sea un adjetivo que envuelva el concepto de lo que hoy significa familia en Venezuela.
WhatsApp: ¿Cómo están por allá? ¿Qué ha pasado con los datos filiatorios?
Ese texto me lo envía una prima desde la Florida. Creo que esa última pregunta no la entenderían muchas personas de otros países. La frase existe, claro, pero el promedio de las personas no la usa, para eso existe la partida de nacimiento, el derecho que tienen los ciudadanos de ir a una oficina de identificación y recibir un documento que indique que nacieron en un momento y lugar específicos. Ahora bien, el detalle está que los derechos de los ciudadanos venezolanos han desaparecido.
WhatsApp: Hoy es el cumpleaños de la princesa más chiquita. Que Dios la siga bendiciendo.
El grupo de la familia Torres se llena de emojis de tortas, serpentinas, globos y aplausos. Estamos felices porque la prima menor cumple 1 año. Es una prima chilena, una chilenita linda que come arepa. Es una prima que no conozco en persona y que no sé cuándo la veré y tampoco a su hermana que ya va al colegio. Tampoco sé cuando ella conocerá a sus primas, mis hijas. Y así se me arruga el corazón fácilmente, con sonrisas y suspiros de nostalgia al mismo tiempo.
WhatsApp: ¿Tienen luz?
El grupo de la familia Saavedra se queda vacío por unas horas. Nadie responde la pregunta que se repite cada cierto número de días. Los desperdigados esperamos con ansias alguna señal de vida de los que están en Maracaibo con calor abrasador y zancudos despiadados. Una voz desde la Florida responde que una de Maracaibo le dijo que estaban bien, sin luz, pero bien.
Telegram: Has sido añadida al grupo.
Me llega un mensaje de esta app que instalé a petición de un primo que está en Maracaibo y que por alguna indescifrable razón no puede instalar el Whatsapp luego de que su teléfono feneciera y encontrara otro usado pero servible. Me conecto y espero ver las palabras de ese familiar que tanto extraño y que extraño más aun después del apagón de marzo porque desde ese momento quedó prácticamente incomunicado. Antes del apagón hablaba todos los días con él, ahora se pasan semanas sin saber cómo está, si tomó café, si los zancudos no se lo han comido vivo. Cuando me suena el celular para avisarme que me llegó un te extraño, prima querida, se me vuelve a arrugar el corazón porque lo siento vivo y se me llena de esperanza la vida, por unos minutos.
WhatsApp: Estoy bien. Vuelvo a mi hamaca.
Mi tío desde la Costa Oriental nos informa que como se fue la luz va a apagar su celular. Hay que guardar la pila por si hay alguna emergencia. No tener luz ya no es una emergencia; se ha convertido en un modo de vida.
Messenger: Aquí te mando las fotos de la graduación.
Mi prima que no tiene Whatsapp porque se le dañó el celular se conecta de vez en cuando al Facebook y abre el Messenger desde allí. No sé desde dónde se conecta. Muchas cosas son un misterio para mí, si no hay luz no hay internet y además sin teléfono, no sé, no sé. ¡No me pregunten! El hecho es que yo le envié varios mensajes porque mis primas, mis ahijadas, sus hijas gemelas, se graduaron de bachilleres en Maracaibo y quería verlas. Pensé en ellas el día del acto de grado, fecha que supe por su tío que está ahora en Colombia, desperdigado. Hace ya varias semanas que recibí las fotos y logré enviarles unos emojis con corazones y besos volados. No he hablado más con mi prima. Antes conversaba con ella todas las semanas. Ahora la comunicación es interrumpida y muy espaciada.
Twitter: Camina sin pausa y con paso firme. Éxitos y abrazos.
Me responde con un tuit un primo (como ven tengo muchos primos) que está en Costa Rica en este momento. Digo en este momento porque estaba en Caracas, luego en Costa Rica, luego en la Florida, ahora en Costa Rica de nuevo. Transcurre ese desplazamiento intermitente porque es una persona mayor y sus hijos, desperdigados, lo quieren seguro, junto con su esposa. Mis primos andan en calidad de desterrados disfrutando de los nietos que están fuera de Venezuela y extrañando a los que todavía están allá.
Whatsapp: Me da tanta risa escucharla diciendo naguará.
Mi primo desde Qatar nos informa que llegó bien con su esposa y dos hijas luego de haber viajado a Venezuela a ver a sus suegros y demás familiares que viven allá. Su hija mayor dijo naguará y le salió del alma, producto de los días que estuvieron allá. Eso hace borrar las imágenes del caos y los golpes que ha recibido Guanare, y hace que se impregnen en el alma las memorias de los días divertidos que pasaron con la familia y amigos, por las experiencias felices que mis primas, sus hijas, se llevan consigo.
Este texto no parece una crónica de Worcester, dirán ustedes. Ahora, aunque viva aquí y me haya plantado, ya no tengo un pedazo de tierra al que dirigir la mirada y dejarla fija y quizás volcar toda mi nostalgia. Eso me lo han arrebatado. El jardín donde estaban enraizadas mis memorias se ha fragmentado. Hay pedazos de tierra esparcidos por todo el planeta. La mirada se convierte en una experiencia múltiple y se detiene en diversos países, ciudades, horizontes que quizás nunca vea en tiempo real. El celular se convierte en mi nueva parcela y yo desde Worcester la vivo, como todos, desperdigada al fin.
Photo by: Satish Krishnamurthy ©