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naida saavedra
Photo by: Marco Verch Professional Photographer and Speaker ©

Crónicas de New England: Casco de astronauta

Desde hace tres meses me desempeño como teacher’s aide. La pandemia creó una responsabilidad que de repente cayó en el medio de la sala de mi casa. De forma improvisada la mesa de hacer tareas acompañada del mapamundi en la pared asume su nuevo rol de aula. Hoy escribo estas líneas en vísperas del final de las clases y el inicio de las vacaciones.

Las emociones me rebasan.

Cada día me levanto con un objetivo: impedir que se desvanezca la alegría de las niñas al descubrir los mensajes de las maestras por la mañana. Me pongo la capa, el casco de astronauta, agarro un escudo y empiezo a batallar. Me percibo como una caricatura de cuya cabeza sale un arcoíris que repunta en estrellas doradas. Los enemigos son la incertidumbre y la melancolía. Lo principal es que mis hijas no pierdan la conexión con las docentes y escuelas. Todavía son parte de un grupo. Pertenecer, siempre pertenecer. El coronavirus no les va a quitar la sensación de pertenencia, me lo propongo y lo logro.

No me atribuyo el puesto de maestra. Aunque no tienen clases en vivo, mis hijas no dejan de recibir instrucción. Mi rol ha sido ayudarlas a navegar en el mar de tecnología para terminar el año escolar: explicar las instrucciones de las actividades en caso que no las entiendan, enseñarles a usar Google Docs, mostrarles cómo funciona Google Drive, escribir en un cuaderno las preguntas o números o viñetas de las actividades que no podemos imprimir para que ellas escriban las respuestas, escanear todo con mi celular, ponerle nombre, fecha y título a cada documento, enviarlos a las nubes de cada colegio, verificar que cada una envíe un email a su maestra –¡con los documentos!—, corroborar que se sientan felices haciendo sus tareas, sonreír y tocarles la cabeza cuando veo las ocurrencias que incluyen en sus mensajes, caritas con sonrisas gigantes, corazones, besos volados, ojos de cariño y nostalgia.

Durante los últimos tres meses he gritado y llorado –cuando ellas no me ven— pero más he reído con sus chistes y disfrutado viendo el brillo en sus ojos al recibir emails de sus maestras llenos de palabras lindas y emojis. La frustración cuando un documento no sube a la nube de las escuelas, cuando una página web no carga o cuando la clave indicada no funciona se desvanece al ver su sonrisa.

He repasado algunas materias de segundo y tercer grado, fracciones, geometría, unidades, decenas y centenas, prefijos, adjetivos, pronombres posesivos, idea principal, desarrollo y conclusión, biografía, autobiografía, partes de un árbol, ciclo de la vida de los animales, gérmenes, animales tropicales. Estar frente al saber, adquirir conocimiento, descubrir; eso lo he vivido con ellas estos meses. Más aun, observar su felicidad al aprender es lo mejor de todo. La dicha es infinita. Escuchar decir “¡Ya entendí, mami!”, “me encanta esta tarea, mami”, “mi maestra hace las mejores actividades del mundo, mami”, me da tranquilidad en medio de la pandemia. Cansada, guardo mi traje de superhéroe en el closet y me voy a la cama dispuesta a soñar. Si mañana sigo siendo teacher’s aide, me vuelvo a poner la capa y el casco.


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