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paola maita
Photo by: Hunter Desportes ©

Crónica policíaca de un exilio

Morriña: Tristeza o melancolía, especialmente la nostalgia de la tierra natal.
Diccionario de la RAE

Quisiera que, intentar señalar el punto en el tiempo en el cual decidí migrar, fuese como señalar a un sospechoso en una fila. Hacerle dar un paso al frente, estudiar sus facciones y recordar si son las del culpable. Aunque no pueda señalarlo con certeza, sé que existe, que habita un lugar profundo de mi inconsciente, seguro de sí mismo porque una vez que se instaló allí, tuvo hogar para siempre.

Por más que lo intento, no lo encuentro. He buscado en los últimos meses ese momento para poder entender un poco mejor porque no tengo una morriña más intensa, mordaz, consecuente con lo que veo en otras personas. Quiero retomar esa búsqueda. Imaginemos que tengo tres sospechosos.


Sospechoso número uno

Tenía 11 años. Esa noche, dormía con una amiga. Comenzábamos a tener curiosidad por explorar nuestros cuerpos, a pensar qué era el sexo. Jugamos a tener relaciones, y digo jugar porque en aquel momento era un juego (Aquí debo admitir que años más tarde me he dado cuenta que mi primera vez fue con 11 años y con una mujer).

Noches más tarde, cuando le pedí repetir el juego, me llamó cachapera, una palabra despectiva para referirse a las lesbianas. En aquel momento, yo no sabía qué era. Aun así, pude entender que la intención detrás de esa palabra no era hacerme sentir bien. En ese momento, supe que no quería vivir en un sitio donde ser cachapera podía ser un insulto. Quizás es muy iluso pensar que llegué a esa conclusión con solo 11 años… ¿Realmente pude haber llegado a esa conclusión a esa edad?


Sospechoso número dos

La primera persona a la que le escuché la idea de irse del país fue a D., uno de mis amigos del colegio y el mejor estudiante de la clase. Él siempre lo tuvo muy claro. Hay que irse si queremos salir adelante, o algo así decía. Nunca llegué a preguntarle si la idea era suya o si era algo que escuchaba en casa. Sea de donde sea que la haya venido la idea, la cumplió a cabalidad. Fue uno de los primeros en irse del país sin intenciones de volver.

Ahora que lo pienso… Aunque yo no sea la primera persona en la Tierra que haya pensado en migrar, la idea de hacerlo la siento muy mía. No creo que haya sido una copia de los deseos de alguien más. Me niego a pensar que la decisión más importante que he tomado en mi vida proviene de alguien más.


Sospechoso número tres

En 2014 viví las primeras protestas de mi vida adulta donde podía entender todo el contexto del país en el que vivía, o al menos casi todo. Empezó a haber gente con hambre en todas partes. Escaseaba todo, hasta los sueños y las esperanzas. La vida se convirtió en un juego de supervivencia muy largo y de dificultad creciente.

Estudiaba Psicología e intentaba creer que valía la pena el seguir intentando hacerme adulta en mi país. Recuerdo ese año a tropezones. Me viene la preocupación de no saber qué pasaría, la incertidumbre de no saber si todo aquello serviría de algo, las ganas de tener una vida normal. Evidentemente, no sabía que me quedaban 4 años de vivir en Venezuela, ni que terminaría viviendo en España.

Ahora que lo escribo, no puedo evitar preguntarme si todo fue político. ¿Realmente ese fue el factor definitivo?


Ronda de reconocimiento

Veo a los sospechosos a la cara y ninguno me termina de convencer de ser el responsable de mi decisión. Les miro y ninguno se parece a ese punto heliocéntrico alrededor del que gravita mi decisión de irme que imaginaba como habitante de mi inconsciente.

Todos son un poco culpables e inocentes al mismo tiempo. He de admitir que me fui porque en Venezuela no podría haber llegado a ser abiertamente bisexual, porque quería vivir lejos, porque los otros también se iban y, finalmente, porque allí me esperaba un futuro miserable sin importar cuántos títulos universitarios tuviese.

Me fui porque quedarme y ser feliz no era una opción viable.
Lloro de pensar que nací en un sitio que no me correspondía, pero también lloro al pensar que, a pesar que no lo parezca, allí fui feliz a ratos. Me fui para sobrevivir y encontrarme. Sin que haya culpables.


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