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adrian ferrero
Photo by: nik gaffney ©

Coronavirus y consumo de bienes culturales: hacia un nuevo paradigma

Me preguntaba qué repercusiones tendría este boom de recursos mediáticos y digitales que se ha despertado en el mundo (al menos en la clase media entre la que me cuento) en razón del Coronavirus. ¿Se acentuó una tendencia? ¿Este confinamiento tendrá repercusiones incalculables luego, cuando la pandemia en principio haya remitido? ¿Dejaremos de ir al cine para ver los films en el hogar digitalmente o las obras de teatro grabadas del mismo modo, al igual que óperas, conciertos y ballets?

La idea que ensayo es que la pandemia no solo nos ha confinado a permanecer en nuestras casas, sino que ha modificado el consumo de bienes culturales y simbólicos que antes se daba más o menos en otros términos, y ahora adoptará nuevos. Se ha modificado, a decir verdad, la forma de percepción del arte.

¿Es lo mismo ver una ópera en vivo en un teatro que hacerlo digitalizada en una computadora hogareña?, ¿da lo mismo dejar de asistir a una exposición fotográfica?, ¿un recital sigue teniendo el mismo valor en tanto que aquí y ahora en la medida en que lo vemos televisado o bien registrado por vía digital?

Diría que evidentemente no da lo mismo ir al teatro que estar frente a una pantalla mirando una filmación de una pieza. La disposición especial, la socialización, el contacto con el entorno, la captación del espacio y el tiempo, el consumo de alguna bebida, la sensación de los actores al no tener a la vista a un público, no son posibles. En un adiós nostálgico, nos despedimos entonces ahora de ese estilo de vida para adoptar otro. Este otro, repite como un patrón a todo el resto. Lo replica. Sentados, frente a una o más pantallas, asistiremos a una serie de eventos artísticos para los cuales antes era necesario salir al exterior y convivir durante un espacio de tiempo con otros espectadores.

Esta dialéctica interior/exterior, que se ha vuelto tan particularmente perceptible durante la cuarentena ¿proseguirá residualmente o cumplirá un ciclo? ¿Se tratará de una etapa o estamos asistiendo a nuevas formas de consumo de bienes culturales? Las entrevistas a escritores, los libros digitales, los cuentos narrados oralmente, las animaciones, las exposiciones plásticas virtuales… ¿Qué suponen en el espectador que estaba acostumbrado a trasladarse a verlas o asistir a ellas como a salidas o programas, no como un momento de esparcimiento que puede pausar, detener, avanzar o bien abandonar en su computadora? O bien interrumpir levantándose del asiento para realizar otra actividad. O directamente apagar el espectáculo.

El universo representacional es lo que se ha modificado de manera rotunda y de una condición material pasamos ahora a representaciones sociales de esos mismos fenómenos con la ilusión de que son lo mismo. Es más: de que es aún más cómodo porque se realiza desde nuestra casa, rodeados de confort, en muchos casos es libre y gratuito y nos permite disfrutar de un espectáculo o un evento cultural sin necesidad de engorrosas gestiones o amontonamientos de público para sacar entradas o bien ingresar a salas o auditorios.

Estas circunstancias por las que estamos pasando se parecen demasiado a un argumento de una novela de ciencia ficción. Esas distopías en las cuales tenía lugar una catástrofe. Y eso acarreaba toda clase de cambios en la conducta de los ciudadanos de un mundo o un planeta. Cambios que afectaban su conducta cotidiana, pero fundamentalmente que comienzan a conformar una comunidad a esta altura real. Es cierto que en los países del así llamado Tercer Mundo las cosas son bien distintas según las clases sociales.

La tecnología resulta evidente que ha cobrado un protagonismo sin precedentes (para quienes pueden acceder a ella). Ya no se trata de pensarla en términos de un pasatiempo o una afición sino del canal mismo para el acceso a todos los bienes culturales de los que nos interese disponer. Es una condición sine qua non.

Estamos en un mundo de puertas adentro, en el que todos los fenómenos de la cultura, incluida la lectura de la prensa y los libros, tienen lugar en un espacio circunscripto al perímetro limitado dentro del cual se supone estamos a salvo de amenazas. Sin embargo, corremos otra amenaza: la del spleen o el aburrimiento más profundos. Esta circunstancia se acentúa en el caso de las personas que viven solas. Y mucho más si son mayores porque no todas disponen de los recursos para manejar la tecnología. O están provistos de ella.

Ahora bien: estas representaciones sociales ¿tienen el mismo estatuto que las reales? Quiero decir: ¿el impacto social que nos producía una obra de teatro, sigue teniendo el mismo valor viéndola por la computadora digitalizada que en un teatro? Me inclino a pensar que estas nuevas condiciones de recepción incuestionablemente plantean nuevas condiciones del estatuto del evento o espectáculo que la motivó. Y plantean también nuevos cambios en los dispositivos, las dimensiones, las formas, los formatos, etc.

Estamos ante “otra cosa”. Ya no es teatro. Ya no es cine. Ya no son cuentos orales. Ya no son conciertos. Ya no son exposiciones. Estamos ante un universo de representaciones sociales del cual permanecemos cautivos y que nos produce la ilusión, la mímesis de estar asistiendo a ellos cuando en verdad estamos viendo y escuchando otra cosa. Esa “otra cosa” se verá en qué consiste y de qué naturaleza se trata. Pero en principio diría que produce un anonadamiento, un ensimismamiento, una alienación en una sucesión de momentos que reunidos tienen una cohesión y una coherencia. Que pueden ser manipulados a nuestro antojo. Y que por lo tanto también las condiciones de producción se modifican.

Porque un actor no interpretará una obra para un auditorio vacío del mismo modo que para uno colmado. Un recital no será lo mismo en un espacio lleno de público que corea y ovaciona a los intérpretes o músicos que en otro sin presencias. Un film no será pensado del mismo modo en su génesis y en su guión para su realización en el marco de un cine que del consumo hogareño sistemático. Si bien estas tendencias ya habían incuestionablemente comenzado a insinuarse o abiertamente a cambiar, ahora se han instalado como una pauta de trabajo y una pauta en la recepción y producción de significados sociales.

Antes era optativo asistir al cine o verlo en forma hogareña. Ahora no lo es. Antes era una opción (más difícil) ver teatro en un auditorio, en la computadora o por otros medios audiovisuales. Ahora no lo será más. Igualmente con los recitales. Y ese “aquí y ahora” del que algunos teóricos hablaron para referirse al momento único en que un fenómeno y un proceso artístico tiene lugar para nunca jamás repetirse del mismo modo, extraviándose, se verá notablemente afectado.

El mundo se ha modificado. Ya no es el mismo y nosotros ya no somos los mismos. Entre todas las medidas asépticas que debemos tomar, también hay otras. Esas otras son las que acabo de mencionar: un modo de acceso a los bienes cultura alternativo. Distinto. ¿Qué efectos tendrá esto sobre el arte y sobre los espectadores? Esta es la gran pregunta. ¿Comenzará a crearse de otra manera, de una manera alternativa? ¿Cómo se creará sin un interlocutor o espectador? Este es un dilema a resolver.

Hasta los libros circulan hace rato digitalizados, de modo que por más apego que sintamos por el papel y las hojas encuadernadas, tarde o temprano se generalizará el ebook. Se trata de una revolución que en este caso ha tenido por causa a una pandemia. Pero convengamos que reconoce antecedentes. Y antecedentes sustantivos.

También sobrevuela el enigma para los trabajadores de la cultura, que se encuentran con un panorama completamente distinto. Las tecnologías los obligan a realizar su trabajo bajo otras premisas también materiales. Estamos frente a una revolución. De dimensiones de las cuales difícilmente podamos cobrar consciencia en este preciso presente histórico. Pero aunque pase la pandemia dejará un saldo de cambios, modificaciones y formas de concebir el universo significante completamente dispar.

La incertidumbre cunde en todas partes. Y predomina una forma de pensar el mundo como un espacio imprevisible sobre el cual ya no hay manera de tener ninguna clase de control. La cultura, me parece a mí, circula vía redes sociales u otros medios también como forma de entretenimiento. No solo de alimento inteligente. Ello considero que, parcialmente al menos ,degrada el arte a una condición de pasatiempo.

El mundo es ese lugar que nos llena de preguntas. Y nos deja sin respuestas. A lo sumo, con unos pocos balbuceos.


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