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daniel campos
Photo by: liz west ©

Cornejos y amores

Para mantenerme centrado y en paz en medio de múltiples crisis mundiales y neoyorquinas, he procurado aguzar mi percepción de la belleza que yace en los detalles simples de mi entorno.

Es como si el roce de un ángel, al estilo de la película Las alas del deseo (Wim Wenders, 1987), me inspirara a sentir y contemplar para no caer en el desánimo ni la desesperanza.

En la esquina de mi casa, por ejemplo, ha florecido un dogwood o cornejo (Cornus sp.). Sus flores veteadas embellecen e iluminan al barrio. Cada día de esta semana he ido a visitarlo. Me gusta observarlo de abajo hacia arriba con mirada impresionista: flores crema y rosa bajo el cian reluciente del cielo.

Pétalos, ramas, hojas, nubes, cielo. En estos detalles mínimos hay una belleza inefable ante la que debo guardar silencio. Sólo puedo dar gracias a la Vida por mi capacidad para percibirla a través de mis sentidos atentos.

Llueve. El frío de invierno tardío ha regresado para helar los cálidos ímpetus de la primavera. Me guarezco en mi cuevita. Pero sé que junto a la orilla de Prospect Lake florecen ángeles vestidos de lila rosáceo. Adornan los troncos y las ramas de los eastern redbuds (Cercis canadensis). Calman mi mente al contemplarlos. E invocan poesía con su nombre en español: amores del Canadá.


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