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educacion sexual
Photo by: Mariana Fossatti ©

Conversaciones pendientes (I)

Para ser una persona a la que le gusta tanto hablar, tenía una conversación pendiente conmigo misma desde hacía años que no logré resolver hasta hace unos días.

La primera vez que tuve relaciones con otra persona tenía 17 años. Para ese entonces, tenía un conocimiento que creía que era respetable sobre el sexo: cómo cuidarme de enfermedades, poner un preservativo, cómo funcionaba la menstruación y la fecundación. Sabía lo básico de la parte mecánica, pero poco de la parte del placer.

A pesar que en el colegio tuvimos varias asignaturas que nos enseñaron de Biología y Psicología, en ningún sitio hablamos de orgasmos ni masturbación de una manera, al menos no de una manera que no fuese vaga. Nos presentaron el sexo como un acto reducido a lo orgánico. Creo que podría resumir la educación sexual en esta frase: “Si un pene entra en una vagina, puede haber enfermedades o un bebé. Para que eso no pase, hay métodos anticonceptivos y de protección”. Fin.

Mientras rebuscaba en los archivos de mi memoria a ver si en algún momento escuché hablar sobre la masturbación en el colegio, aproveché para preguntarle a mis conocidos qué habían aprendido ellos en el colegio o en sus casas sobre sexo y masturbación. Me di cuenta, por sus carencias, que no estuve en el peor de los escenarios.

Tomando en cuenta que le hice la pregunta a personas criadas en España y en Venezuela, de diferentes edades… Para quienes logramos recibir algún tipo de información, ella siempre estuvo enfocada en lo mismo: prevención de enfermedades, de embarazos, espermatozoides y óvulos. Digo los que logramos, porque hubo quienes ni siquiera recibieron esta información.

Sin importar de dónde fuesen, de España o de Venezuela, las respuestas fueron desde nada hasta lo básico, cómo cuidarme pero jamás pasaron por algo que pudiese intuirse en un tienes que conocerte, así se hace, te pueden gustar cosas diferentes, explórate.

La sensación que flotaba en el aire de esas primeras informaciones que nos llegaron sonaba a Miedo, pecado, vergüenza, ni idea de cómo me enteré, internet, ¿Instinto?, me saldrían pelos en la mano o me quedaría ciego si me tocaba, condones, embarazo, enfermedades…

Ahí estaban en mi teléfono todas esas palabras y frases que me describían la experiencia de los otros y que, en mayor o menor grado, también resonaban conmigo. A mí y a una gran parte de mis amigos, adultos como yo, nos enseñaron “lo básico”, lo suficiente para que pudiésemos reproducirnos y no morir en el intento. A ninguno nos hablaron del placer con nosotros mismos ni con otro. ¡Ni hablar de meter en la ecuación a alguien del mismo sexo!

Todas esas palabras me daban la idea de por qué esa conversación pendiente conmigo misma me tomó 15 años tenerla. Quince años durante los cuales había compartido mi cuerpo con personas de todo tipo, menos conmigo.


Photo by: Mariana Fossatti ©

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