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Arturo Serna
Photo by: Vincent Albanese ©

Contra los hijos

Los hijos son un obstáculo, un freno para el pensamiento. No puedo ni siquiera imaginar cómo hace un profesor de filosofía con los pañales, la mugre, el estiércol, la orina y el tedio de las noches sin sueño. Un bebé agota y destruye la soledad del pensamiento.

No solo los filósofos necesitan la soledad. Algunos escritores han negado, con razón, la sola existencia de los hijos. Hay una escritora chilena, brillante, que es de mi agrado. Se llama Lina Meruane y ha escrito contra los hijos.

A veces dudo sobre mi condición de célibe. No rechazo el matrimonio aunque sí rechazo los hijos. Soy soltero por una circunstancia que no manejo. Soy soltero como efecto de mi elección vital: lo primero es el boxeo, la lucha, la fuerza del pensamiento, la lucha contra el mundo. Hay antecedentes célebres: Nietzsche y Schopenhauer fueron solteros y muchos otros. Y los que tuvieron hijos, como Marco Aurelio, no se sintieron orgullosos de su prole.

También está el caso de Heidegger. Es probable que el hijo de Heidegger sintiese vergüenza por el nazismo del padre; no por la defensa de la patria y el campo pero sí por el apoyo al nazismo. No vale la pena tener hijos que sean el juez de la vida. Nadie quiere ser juzgado. ¡Los hijos son terribles! Son cuervos o animales de rapiña y antes de que alguien muera ya están elucubrando cómo hacer para quedarse con los bienes.

Nadie es una vergüenza para nadie hasta que alguien –el hijo– lo considera una rata o un perro. Por eso es mejor no tener hijos. Ya es suficiente con el malestar que genera la sociedad para tener una descendencia que te escupa en la cara.


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