En la era de lo fugaz, lo banal, lo inmediato, lo emocional, lo rentable, la educación cumple también estos supuestos. Se omiten la historia y la tradición, se desprecia todo aquello relacionado con las letras y humanidades, se deniegan el esfuerzo y la autoexigencia, se usan de forma desacertada y engañosa las nuevas tecnologías por falta de una metodología didáctica. Se da prioridad a la educación emocional frente a los contenidos, con métodos manidos de autoayuda, se admiten la incultura y la ineptitud como algo satisfactorio si todo ello lleva a la búsqueda de la felicidad y al refuerzo de la autoestima.
Sí, en el fondo, queremos a niños y jóvenes felices, que consuman y que se diviertan, que gasten y sepan sobre las modas del momento y las tendencias volátiles. Queremos a niños y jóvenes manipulables, que adoren todo lo insustancial, todo aquello que no requiere esfuerzo y que no suponga un aburrimiento, todo aquello que signifique una transición ininterrumpida. En este contexto, la educación actual tiene un efecto placebo, es decir ningún efecto, apunta Alberto Arroyo, autor del libro «La sociedad gaseosa», en la que reflexiona sobre la desaparición de la consistencia y la superficialidad actual.
Pero detrás hay diferentes visiones sobre el futuro. Algunos auguran que las personas producirán, vivirán y se organizarán en base a un intercambio constante del conocimiento y del aprendizaje en el seno de una sociedad hipermediática. Este intercambio constante de comunicación y de experiencias permitirá el desarrollo de la inteligencia colectiva. Según esta óptica, descrita por Giorgio Griziottit en su libro «Neurocapitalismo» se producirá un punto de inflexión biohipermedia, que dará como resultado lo que llaman el «devenir máquina». Arriba de la pirámide una élite tecnológica y científica, el leviatán de Hobbes, abajo el hombre-máquina subordinado y alineado.
Pero, en el presente, cada vez más sin pasado, ya muchos hablan, entre ellos el filósofo francés Marc Augé, de la «aristocracia del conocimiento». Ante este panorama, es creciente el debate sobre las nuevas pedagogías, de una nueva manera de entender la escuela y si realmente es necesaria esta institución. También se discute sobre la relación profesor-alumno, es decir enseñanza-aprendizaje. Los políticos deberían entonar el mea culpa con su leyes educativas que van cambiando incesantemente, sin afincar un sistema educativo ajustado a la realidad, lo que no facilita que las instituciones escolares adopten un currículum que permita a los niños llegar a ser adultos instruidos, capaces de pensar y decidir sobre su futuro con coherencia y con todos los elementos a su alcance.
En este momento trémulo, hay quienes patrocinan que la educación Primaria no es importante, secundando las ideas de los nuevos gurús de la enseñanza. ¿Y qué es importante ahora?Esta etapa educativa siempre se ha considerado crucial para la transmisión de valores, el desarrollo de aptitudes, las experiencias de socialización y la adopción de criterios propios. Pero también para la iniciación en temas que conformarán el bagaje intelectual básico de los niños: la historia y la geografía, la cultura, las humanidades, el conocimiento matemático y científico.
Es desmoralizador pensar que Google y el acceso a la información a través de Internet permitirán sustituir el saber y el conocimiento básico. Pero hay muchos que defienden volver a recuperar los métodos tradicionales de aprendizaje. Es el caso de la experta sueca en educación Inger Enkvist, en una entrevista reciente en el diario El País, quien anotaba que las nuevas pedagogías deben ir encaminadas a otorgar iniciativas a los alumnos en el aula, pero también a enseñar conocimientos al estilo tradicional y a fomentar enseñanzas básicas como la lectura, labor en la cual la familia también debería aportar un enorme grano de arena. Y, además, Enkvist (que ha asesorado al gobierno de Suecia, para reconquistar el terreno perdido en materia de calidad educativa tras políticas de abolición de exámenes y de aprendizaje por proyectos) afirmaba también la importancia de saber comportarse en las aulas y fuera de ellas. Considera que las humanidades son esenciales, y que esta tendencia hacia las ciencias y la tecnología se fundamenta más en intereses económicos, que académicos.
Así pues, no todo es blanco o negro, sino que también hay grises en el ámbito de la educación. No todos los expertos en la materia coinciden en la idea cada vez más generalizada de la escuela-guardería, y en el recurso del juego como la herramienta educativa primordial, complementado con el aprendizaje basado en la iniciativa y la curiosidad del alumno. Admiten el juego en la fase inicial, con lo que representa de interacción, creatividad, reglamentación y actitud, siempre que se ajuste a la etapa curricular, sin desvirtuar los contenidos, así como el empoderamiento del alumno en etapas más avanzadas, mientras todos sigan el mismo plan de estudio y no provoquen el caos en las aulas.
Pero no hay escuela sin maestro y su papel de guía es indiscutible en el proceso de enseñanza, sea vía presencial o virtual en etapas avanzadas. Su misión: saber despertar en sus alumnos el entusiasmo por el conocimiento y acompañarlos para que disfruten del aprendizaje. Pero el estudiante debe saber que sin esfuerzo no se logra avanzar, aunque haya también una parte lúdica en el proceso. El reto que se les plantea es lograr desarrollar al máximo el potencial de los alumnos a la velocidad que requiera cada uno de ellos. Este sistema podría incluir las múltiples inteligencias, pues cada estudiante sirve mejor para una cosa que para otra, pero no por ello, se dejarían de lado conocimientos básicos que son esenciales.
La escuela debe transmitir conocimientos y ofrecer herramientas de análisis y otras habilidades creativas que sean útiles para los retos que se les plantearán en el futuro, en el mercado laboral como en las relaciones humanas. Para ello, la plena confianza con el profesorado y la vinculación alumno-profesor son cruciales. En este sentido, la pelota está en el campo de los gestores de las instituciones educativas que deberían aplicar una selección rigurosa en su personal académico y ofrecer programas de actualización pedagógica de forma continuada.
Debería ser posible la configuración de un sistema educativo de calidad, bien diseñado acorde a los nuevos tiempos, basado en el conocimiento ajustado a las edades y etapas, así como a las circunstancias de cada estudiante en su proceso de aprendizaje. La tecnología per se no enseña por más innovación que represente. Los temas y ejes transversales, los trabajos por proyectos y otras novedades han de perfeccionarse para que den resultados reales. La orientación y el acompañamiento es vital en las escuelas para facilitar el avance y obtener resultados a largo plazo. La cultura del esfuerzo y la perseverancia también debería ser una consigna.
Abandonarse en una educación placebo, en la que parece que se hace mucho, pero no se obtiene demasiado, es un engaño. La tecnología como motor del conocimiento es una quimera si no hay una base intelectual que permita la producción de la información y la comunicación, y un uso productivo de todo el contenido. En este mundo reinado por la desigualdades sociales, la tecnología no debe ser un impedimento en la transmisión de conocimientos. Por eso, un buen sistema de enseñanza en las etapas obligatorias de la educación Primaria y Secundaria debería ser de suma importancia no sólo por el patrimonio intelectual que tutela, sino por la igualdad de oportunidades que representa en el acceso democrático al conocimiento.
Aprender a ser, aprender a conocer, aprender a hacer y aprender a convivir son los cuatro pilares de la educación, según la UNESCO. La educación es un tema capital, de envergadura universal. Frente a la incertidumbre global, tal vez se requiere más dedicación por parte de las partes implicadas (políticos, pedagogos, psicólogos, familias, etc) para resolver todas estas cuestiones educativas, en base a la pluralidad y diversidad cultural y al contexto social e histórico, más allá de los métodos de instrucción propiamente. No dejemos la educación en manos de una aristocracia del conocimiento. «La educación es la llave para abrir la puerta de oro de la libertad» (George W. Carver).