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monte alban
Photo Credits: LoriQoPB ©

Contemplación y comunión en Monte Albán

Subimos bajo el fortísimo sol de media tarde hasta el punto más alto de la plataforma norte de Monte Albán, ciudad cumbre de la cultura zapoteca. Por trece siglos, entre 500 a.C. y 800 d.C., la ciudad creció y floreció en un punto estratégico de los valles centrales de Oaxaca. Los zapotecas desarrollaron allí su principal vida política y religiosa.

Desde lo alto de una pirámide contemplamos el trazado urbano de la ciudad, cuidadosamente diseñado para reflejar la estructura del universo según la cosmovisión zapoteca y calculado para que puntos simbólicos coincidieran con los movimientos del Sol, la Luna y Venus.

Observamos además todo el entorno natural. Los zapotecas crearon una mesa al aplanar la cima del cerro del Jaguar para construir su gran ciudad capital. Desde ésta se domina todo el valle y se observan las montañas circundantes, incluyendo las altas sierras hacia el noroeste, las que ascienden hasta el altiplano.

Aquel martes por la tarde había pocos visitantes en la ciudad solitaria y silenciosa por lo que la sensación de comunión con la naturaleza y el legado cultural y espiritual zapoteca pegaba fuerte.


Recorrimos todo el sitio arqueológico bajo la tutela de Noelia, nuestra guía. Ella nos ayudó a reconocer templos, palacios, altares, cuadra del juego de pelota, observatorio astronómico y varios patios construidos a diferentes niveles, el acceso a los cuales dependía de las jerarquías sociales. 

Nos enseñó a observar la arquitectura de los edificios de base piramidal construidos en una sucesión de taludes inclinados y tableros verticales. La precisión de los ángulos agudos de los taludes y rectos de los tableros me alucinaba. Por momentos me embelesaba la grandeza arquitectónica de Monte Albán.

Por momentos también reflexionaba. Desde el patio central, de acceso público, miré hacia los patios, templos y palacios más altos. A esos sitios solamente accedían nobles, sacerdotes, ¿y militares? En los fundamentos de tal grandiosidad, ¿cuánta violencia yacía sepultada?

La respuesta me la dieron los danzantes, es decir, los monolitos tallados con figuras de hombres en posiciones que sugieren movimientos de baile. Pero no danzan. Son hombres que yacen muertos con sus órganos genitales mutilados. Las estelas labradas representan victorias militares de la ciudad o prisioneros de guerra sacrificados a los dioses. Sentí perplejidad al contrastar la belleza estética de las losas mejor labradas con la violencia de su significado. Si hubiese andado solo, quizá me hubiera sumido en cavilaciones.

Pero esta vez también tenía la compañía de mis cuatro nuevas amigas de Guadalajara. Pau, con su cámara especial, tomaba las fotos que su ojo incisivo le mostraba. Itzia se aseguraba de tomar las fotos grupales en su teléfono y le compró un hermoso sonajero a un artesano local pues le interesaban sus posibilidades místicas. Mari hacía preguntas sobre astronomía y arquitectura con su mente matemática, además de hacernos reír con su humor. Ile pasaba con suavidad de la conversación a la observación y a la introspección. Por ratos conversábamos todos, por ratos guardábamos silencio, pero andábamos juntos.

Noelia se despidió de nosotros en el antiguo observatorio astronómico. Itzia y Pau descansaron bajo la sombra de un gran árbol. Ile, Mari y yo escalamos la plataforma sur para ver Monte Albán, el valle y las montañas desde otro ángulo. Cuando descendimos, nos despedimos de la antigua capital zapoteca y emprendimos el regreso a la ciudad de Oaxaca.

Me gusta, a veces, viajar solo porque encuentro mucho tiempo y espacio para la observación de personas y lugares, la reflexión y la contemplación. Pero hacer nuevas amistades en el camino es un regalo de la Vida. Contemplación y comunión se equilibran. La visita a un sitio ancestral mesoamericano en compañía de mis nuevas amigas, también mesoamericanas, me regaló ese equilibrio. Por ese presente, a la Vida doy gracias.


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