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Arturo Serna
Photo Credits: lucia luna ©

¿Conócete a ti mismo?

Desde los orígenes del hombre, ha habido personas que han puesto como divisa de sus vidas y de su pensamiento el conócete a ti mismo. Montaigne, mi admirado maestro, ha incurrido en el mismo equívoco. Dice en el libro II: «Estos ensayos contienen mis fantasías (agregado mío: por oposición a ciencia), y con ellas no trato de explicar mis cosas, sino conocerme a mí mismo.»

Estoy de acuerdo en lo primero con el señor que se cayó de un caballo. Mis devaneos no buscan jamás el conocimiento. No lo buscan por la sencilla razón de que es imposible buscar el conocimiento. La filosofía no produce conocimiento. Solo traslada al papel las preocupaciones, las inquietudes y las manías de un yo. Eso que especulamos y cavilamos no es conocimiento. Solo es ciencia aquel conjunto de saberes que producen la física o las matemáticas. Insisto: estoy de acuerdo con la primera parte de la sentencia de Montaigne. Mis reflexiones musicales o existenciales son solo pensamientos, elixires que surgen porque el aire es gratis.

En cuanto a la segunda parte de la sentencia de Montaigne, debo decir que me resulta difícil estar de acuerdo: no sé si me puedo conocer a mí mismo. ¿Qué es conocer? ¿Cómo podría conocerme a mí mismo? ¿De qué forma podría saber que estoy conociéndome?

No tengo –y no he tenido– ninguna pauta que me indique que me puedo conocer. No tengo parámetro para saber que estoy conociéndome a mí mismo. Por otra parte, ¿qué es lo que tengo para conocer? ¿Un yo como pasado, un cúmulo incierto de representaciones, un hervidero de experiencias? Es decir, no entiendo muy bien qué es lo que debo conocer de mí mismo. Además: ¿qué efectos tendría conocerse a sí mismo? Eso no mejoraría mi vida y tampoco me haría mejor persona. Ya hemos visto que el conocimiento científico, por ejemplo, no ha mejorado la situación de guerra en el mundo ni ha hecho que haya menos injusticia entre los pueblos. Es decir, el avance del conocimiento no es garantía de mejoría ética.

Si pongo ante mí el objeto de conocimiento de la astrofísica, me siento en condiciones de decir que está lejos, que tengo instrumentos para observar y medir el comportamiento de los astros. Pero en el caso de mí mismo, no sé cuál es el objeto que debería conocer ni tampoco queda claro cuáles serían los límites del sí mismo. ¿Cómo puedo conocer aquello de lo cual no tengo clara conciencia de su forma, de su ontología, de sus límites?

En este sentido, estoy perdido. Creo que alguien puede aspirar a conocerse. Aspirar es una cosa. Lograr hacerlo es otra. Incluso, tal vez sería oportuno que alguien nombre y que hable de su sí mismo. ¿Pero qué significa el sí mismo? Ya sabemos que no basta con mencionar y nombrar una parte de la realidad para que esa cosa exista. Acaso podemos mentar algo que no existe. De este modo, podríamos estar en este último caso: podríamos hablar del sí mismo como si existiera y podría ser el caso de que ese sí mismo fuera una suposición, una entelequia o una utopía. En esta situación, es mejor resguardarse en los fueros amables de la prudencia. Es preferible cuidarse de cometer un error que tratar con fantasmas o invenciones de un yo. Todo este razonamiento me ha llevado a desconfiar de lo que decía el oráculo de Delfos y de lo que persigue Montaigne: conócete a ti mismo. En todo caso, me quedo con la inquietud, con la duda, ¿que será conocerse a sí mismo? ¿Alguien alguna vez podrá hacerlo?


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