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paola maita
Photo by: Pavel Kalashnik ©

Confesiones del cuerpo

Creo que me es imposible ser venezolana y no tener algún tipo de obsesión por el cuerpo. Desde siempre, he escuchado hablar sobre los cuerpos de las personas que tenía alrededor, incluyendo el mío propio, como si fuesen pares de zapatos o un accesorio cualquiera de moda.

De muy pequeña, una de mis primas me hizo llorar de todas las veces que me dijo huesito. Irónicamente, mientras crecía, mi madre me hizo comentarios sobre cómo nadie me iba a querer si engordaba, especialmente los hombres. Pareciese que mi cuerpo, como el de tantas otras, es un terreno donde todos pueden debatir. A veces, temo que en medio de las muchas voces que opinan y discuten, la mía puede perderse.

Querría pensar que esta costumbre de poner al cuerpo femenino en el centro de un debate era algo que solo sucedía en mi casa, pero la realidad se empeñó en demostrarme lo contrario.

Recuerdo una vez con 15 años, como la mamá de una amiga le recriminaba el que hubiese engordado tanto que ya no entraba en un vestido, y que por ello no le dejaría ir a una fiesta. Ella solo pudo echarse a llorar. Mientras tanto, yo no sabía qué hacer, como si fuese un personaje al que se le hubiese olvidado su línea en la obra.

En ese momento, quise creer que cuando fuese adulta, mi cuerpo al fin sería un territorio solo mío, donde nadie más podría meterse. Sin embargo, a pesar de los muchos años de terapia y de las incontables veces en las que creo que le he puesto límites a los que me rodean para que no ocupen mi cuerpo/territorio, aún las fronteras pareciesen estar sometidas a laudos arbitrales sin resolver.

Sécate el cabello. Has engordado. Vas muy tapada para ser verano. ¿Por qué no te dejabas el cabello rizado antes? ¿Esa barriguita trae un bebé? ¿Te vas a tatuar más? Tienes tiempo sin pintarte las uñas. Tápate un poco. Estoy hinchada. No te cortes más el cabello. Maquíllate un poco. ¿Dónde dejan de sonar las voces de los otros y dónde comienza la mía? Aún no he encontrado cómo trazar una frontera clara de hasta dónde puedo permitirles a los otros que lleguen. 

No sé si habito un cuerpo o soy un cuerpo o tengo uno. No sé cuánto de él me pertenece. No sé cómo callar las voces que vienen de fuera, ni cómo lidiar con aquellas que están en mi cabeza. Con toda la adultez que pueden representar 32 años, aún sigo sin saber cómo mantenerme cómoda con este organismo que me contiene y me mueve.


Photo by: Pavel Kalashnik ©

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