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paola maita
Photo by: Paul Domenick ©

Con o sin tinta

Yo no me haría algo que cambiase mi cuerpo para siempre.

En un domingo como cualquier otro que compartíamos con la familia de V., fue la primera vez que le mostré a su madre mi tatuaje más reciente. Su primera reacción fue asustarse ante la idea de que me haya hecho otra marca para toda la vida en mi cuerpo. Su sorpresa me pareció risible por una razón que le di enseguida: Pero S., ¿Cómo me vas a decir que te dan miedos los cambios permanentes si has estado embarazada dos veces?

Ante mi respuesta, V. se rio y contestó que ella había pensado exactamente lo mismo. Continuamos hablando de otras cosas, pero días más tarde me di cuenta que aún le daba vueltas a su argumento.

Uno de mis temores ante la idea de quedarme embarazada, es el imaginar lo mucho que cambiará mi cuerpo. Una persona gestante deja de ser responsable solamente de su existencia y pasa a compartir su cuerpo y sus recursos con otro ser humano, estableciendo un vínculo que les une para siempre. Entiendo, aunque no lo haya vivido, que eso no sólo cambia el cuerpo de esta persona, sino que le cruza la mente y el alma. ¿Cómo es que entonces una madre de dos me dice que le aterra cambiar su cuerpo para siempre?

Veo el espacio corporal como todo aquello en lo que habito: mi cuerpo, mis emociones, pensamientos, lo espiritual… Y creo que tener un hijo te atraviesa más allá de lo biológico. Te recorre en lo vincular, psicológico, afectivo, social, económico, espiritual… Es un cambio que va más allá de la piel.

Tengo la impresión de que es un proceso tan trascendental, de que muchas mujeres intentan por largo tiempo volver a sentirse cómodas con ellas mismas y con el nuevo espacio corporal que tienen después del embarazo. Me parece contradictorio pensar que un cambio que sea tan transversal y que quizás pueda tomar tanto tiempo de asimilar; sea menos permanente que el que experimenta alguien que se tatúa.

Por el contrario, con ninguno de mis tatuajes he experimentado un cruce de semejante magnitud. Me tomó poco más de una semana acostumbrarme a ellos. A pesar de que tengo algo más de un año tatuada, mis tatuajes están integrados en la imagen mental que tengo de mi cuerpo hasta el punto que ya no pienso en mi brazo o mi espalda antes de ellos.

Quizás la diferencia entre la percepción de estos cambios entre S. y yo sea producto de la batalla permanente que se libra sobre nuestros cuerpos. Ahí luchan nuestros deseos, los del otro, nuestras vivencias y las suyas, ideologías, y otros tantos actores más que no alcanzo a enumerar.

En medio de esa batalla, hay ciertos cambios que se inscriben en nosotros para siempre, con o sin tinta indeleble, lo que hace que me pregunte qué significa realmente que algo es permanente en el cuerpo.


Photo by: Paul Domenick ©

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