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niall connolly
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Con mi familia irlandesa en Nuyork

En tiempos de confinamiento valoro experiencias vividas con la red de personas que se han convertido, a través de los años, en mi familia neoyorquina. Recuerdo, por ejemplo, una reunión transatlántica de la familia Connolly, parte de la cual vive en Irlanda mientras otra parte ha emigrado a Nueva York. Repaso la escena en mi mente.

Llego al Cafe Himalaya en el Lower East Side y hay una larga fila afuera. ¡Claro! El Himalaya sirve comida tibetana, rica y muy barata, que cae muy bien para cenar antes de salir un viernes por la noche. Pero me imagino que mis amigos ya estarán sentados a la mesa. Entro ansioso por verlos, ojos muy abiertos, sonrisa expectante.

No están. ¿Y ahora? “Son irlandeses, se estarán tomando una Guinness,” pienso, y voy a la taberna irlandesa de la esquina, One by One. Entro y le doy la vuelta a la barra y las mesas tres veces. Tampoco están. Le mando un texto a Niall: “¿Adónde se metieron?” Me responde: “En Thai Cuisine, a la par del Himalaya”.

Camino rapidito la media cuadra y entro. Ahora sí, ahí está la familia Connolly, la que me ha adoptado en Nuyork e Irlanda. En la mesa, de afuera hacia adentro, veo a Niall, su esposa Clare, sus primas Jen y Brenda, su tía Anne, su hermana Emma y su cuñado Paul. Los veo a todos juntos y se me llena de amor el corazón.

Se han reunido pues Emma y Paul han venido de Cork a Brooklyn a pasar el fin de semana. Han dejado a sus tres chiquitas, Ana Leigh, Willow y Fia con los abuelos y se han dado una escapadita. Emma, peliroja, ojazos verdes, tez blanquísima, toda ternura. Paul, melena larga ya grisácea, cara de nariz afilada y pequeños ojos claros, barba larguísima y gruesa de leñador y corazón de miel. No les había visto desde que había visitado Irlanda y vivido días inolvidables por todo el condado de Cork. Todos los Connolly en el sur de Irlanda me habían recibido como si fuera su hijo, hermano, primo.

Les doy un abrazo fortísimo a Emma y Paul y me cuentan que todos me han enviado saludos, hasta las chiquillas. Supongo que es Ana Leigh, su hija mayor, quien me recuerda bien pues me pasé dos días jugando con ella y sus hermanas y leyéndoles cuentos a la hora de dormir.

Ahora nos reunimos en Nuyork. Cenamos, poniéndonos al día, y del Thai Cuisine nos vamos al Rockwood Music Hall, pues Niall tocará con su banda. Desde el inicio del concierto, él le agradece a Emma su carrera musical pues se inició robándole en su casa en Cork los discos de Leonard Cohen mientras Emma viajaba por China y todo el mundo. Entonces le dedica todo el concierto.

Y esta noche los miembros de la banda –Lenny, Brandon, Chris y Dennis– están afiladísimos y en la misma sintonía. Siempre es así, pero esta noche es especial. La energía y la buena vibra llenan el escenario y se esparcen entre la audiencia que se mueve con el rock de matices folk y canta los coros a todo pulmón. A mí me llega sobre todo la letra de “Sum of Our Parts”:

It’s good to be back in your town

I know a lot has happened

since the last time I was around.

But tonight it’s gonna be just fine,

We got friends like family,

and your band are playing real tight.

Con la adrenalina al tope, cuando termina el chivo pasamos de la sala de música al salón lateral, donde hay una barra y un espacio para conversar después de los conciertos. A los Connolly –me incluyo como primo adoptivo– se nos unen los integrantes de la banda. Converso con todos. A ratos, Emma se pone a bailar con Jen y me sacan. Están felices. Se nos pasan las horas. Yo he dejado de beber tras la tercera pilsen belga, pero las muchachas irlandesas son buenas para el whisky. Siguen y siguen y se alegran. Cuando ya es hora de irnos, bailamos una última pieza a petición de Emma, algo entre rock y pop. Clare, Jen, Emma y yo nos damos un abrazo y entonces, espontáneamente, las primas Connolly me dan cada una un beso en la frente. Con esos besitos haciéndome cosquillas de alegría por largo rato, salgo del bar. Regresamos todos, en tren, a Brooklyn, mientras “Sum of Our Parts” hace eco en mi mente.

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